El católico, ante
todo, debe tener su corazón cargado con la virtud teologal de la Esperanza. Lo
cual no implica, por cierto, caer en una suerte de tontera crónica, de
inocencia lela, que lo prive de REALISMO.
Es menester, pues, ante esta situación de pandemia, combinar Esperanza y
realismo para sacar óptimas conclusiones.
Notamos que ciertos
ámbitos católicos, dignos de augusto respeto y loa, se han volcado por demás al
“realismo”, y han dejado de lado la piadosa virtud de la Esperanza. Lo cual, en
puridad y a resultas, les priva del verdadero realismo, de la visión objetiva y
correcta de las cosas, y los sume en la desesperanza, la desesperación y la
angustia.
Son certeros los
análisis que se han hecho al respecto; nosotros mismos lo hemos hecho
(“Reflexiones en torno al coronavirus”, 21 de
marzo de 2020). La situación es difícil y, a primera vista, siembra el campo
para los globalistas y los enemigos de la Fe. Mas, nuestra opinión –abonada por
dos escritos del ruso Alexander Dugin, publicados en esta revista- es que esta
avanzada de los plutócratas les saldrá –y les está saliendo- al revés.
Veamos:
1) Los
nacionalismos se están fortaleciendo. Se denota en la atmósfera de la calle, de
a pie. Y se denota también en el descreimiento genérico –hasta en las altas
esferas gubernamentales- en los organismos supranacionales, como la
Organización Mundial de la Salud. Se robustece, pues, el nacionalismo; los gobiernos atacan a los antes inmaculados
organismos supranacionales, vehículos masónicos y del marxismo cultural. Es lo contrario al afán multiculturalista y plural de los globalistas.
2)
El confinamiento ha dado lugar a tiempos y espacios para el intercambio
familiar, actividades, confidencias, etc. que jamás se hubieran dado sin el
coronavirus. En una palabra: este momento ha sido propicio para el redescubrimiento de la familia, célula
primera de la sociedad, que ha sido –y es- atacada satánicamente por la
plutocracia. Más aún, la pandemia ha fortalecido –al menos, temporalmente- a la
economía de barrio y a los pequeños negocios artesanales, frente al derrumbe –temporal, a lo sumo- de las grandes
superficies.
3)
La “cuarentena” ha abierto espacios para la reflexión. En el mejor de los
casos, a un sano despertar religioso. A más, el surgimiento de una pandemia
que no pudo ser controlada por los antes incólumes recursos científicos y técnicos
de la posmodernidad ha trastocado –si no derruido- algunas primicias de esa
misma posmodernidad, como el absoluto control sobre la naturaleza y el estúpido
e infundado complejo de superioridad sobre
el resto de las épocas, muchas veces muy superiores a ésta.
En definitiva, no
compartimos las angustiosas posiciones de
ciertos camaradas, y creemos que, al menos parcialmente, esto les saldrá al
revés a los globalistas…