“[La Iglesia] irrumpe a favor de
la revolución […] Podemos decir que nos apoya, que nuestra experiencia con ella
es altamente positiva. Hemos penetrado en ella, del mismo modo que hombres de
allí provenientes son excelentes compañeros, y, aún más, mártires nuestros,
como Indalecio Olivera” (Comunicado V del MLN-T, 1971)
Infiltrar y –a la
postre- destruir a la Iglesia Católica ha sido el propósito de sus enemigos
desde siempre. La aparición de la masonería a finales del Medioevo respondió a
ese motivo.
En esta ocasión,
nos encargaremos sumariamente de describir, a través de ejemplos, la infiltración
marxista en la Iglesia uruguaya acaecida en el pasado siglo, durante la
subversión de finales de los sesenta y principios de los setenta.
Después de la “derrota
mundial” de 1945, la política religiosa de la Unión Soviética comunista, que se
había dedicado a masacrar cristianos propios y extraños, dio un giro táctico.
Se decidió la utilización de la fe católica y del prestigio de sus
instituciones para la toma del poder en otras naciones, en el marco de la
guerra psicopolítica.
La infiltración
marxista en la Iglesia iberoamericana, en particular, comenzó a agudizarse a
partir del Congreso General del Episcopado, realizado en Medellín, Colombia,
durante agosto y setiembre de 1968. En el Uruguay, noventa y cinco sacerdotes
firmaron una declaración izquierdizante, adhiriéndolo.
Un año después, en
1969, el Obispo de Salto, Marcelo Mendiharat, negó a un grupo de fieles la
realización de una Misa por el alma de Dan Anthony Mitrione, secuestrado y
asesinado por los tupamaros. Lo cual contrastó ostensiblemente con la despreciable
actitud del Arzobispo de Montevideo, Carlos Partelli -un perfecto precursor de
Sturla-, quien, en 1972, acudió al velatorio de los siete comunistas asesinados
en defensa de la Patria; actitud de “solidaridad” que jamás tuvo con los
servidores del Orden y que le mereció, como señal de agradecimiento, una misiva
del pestilente mandamás del Partido Comunista del Uruguay, Rodney Arismendi.
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Indalecio Olivera |
El mismo año, el “sacerdote”
Indalecio Olivera, jefe de una columna tupamara, dio muerte al agente de
policía A. Viera Piazza. En 1971, otro sedicente “sacerdote”, Pier Luiggi
Murgoni, alias “Pedro”, fue detenido por mantener contactos subversivos y falsificar
documentos de identidad para los tupamaros.
En junio del 72 fue
capturada en Melo una columna del MLN-Tupamaros compuesta por dieciocho
terroristas, entre ellos, el “sacerdote” Carlos Fernández Ordónez. En julio,
fue detenido el Padre Manuel Dibar, alias “Pablo”, integrante del sector
político de los tupamaros, redactor de comunicados y de proclamas de la
sedición. A finales de ese mes fue procesado el “diácono” Juan Díaz Gamuz por
el delito de asociación para delinquir, al comprobarse su enrolamiento a los
tupamaros.
Y estos son sólo ejemplos.
En noviembre de 1972, aquél mismo Obispo de Salto, Marcelo Mendiharat, decidió “autoexiliarse”
a Buenos Aires, luego de comprobarse que había suministrado locales y
propiedades de la Iglesia a un grupo de sediciosos –entre los cuales figuraba su
sobrino- …
El Arzobispo Partelli
lo confesó abiertamente a la revista Informations Catholiques Internationales: “Los guerrilleros tupamaros
sirven a veces para despertar la conciencia pública […] muchos sacerdotes son
favorables a los cambios radicales y muchos de ellos simpatizan con los
tupamaros”.
Que Sturla haya
adherido a la campaña mediática mendaz del pasado veinte de mayo no puede,
pues, sorprender. Tampoco que haya rezado, el veintiséis de abril de 2014, por aquéllos
mismos ocho comunistas a cuyo velorio acudió Partelli. La infiltración marxista
en la Iglesia uruguaya lleva décadas, y hoy se encuentra más robusta que nunca.