
Nos recuerda el
Padre Alfonso Gálvez, que el deseo y la nostalgia de la belleza, de la verdad y
del sincero amor, son muy naturales y propios del ser humano. Que es como
decir, la verdadera Mística y la verdadera Poesía. Y continúa:
“Como en toda época de crisis
-y esta en la que vivimos sufre la mayor sequía espiritual conocida por la
humanidad en toda su Historia- también ahora abundan los falsos místicos y los
falsos poetas […] A falta de lo auténtico, los hombres han optado en dar por
bueno lo que en realidad todo el mundo sabe que es falso. O bien, se ha caído
en tal estado de corrupción y de bajeza, que la Modernidad está dispuesta a
considerar sinceramente como bueno y auténtico lo que realmente es bajo y
despreciable.”
“Claro que
siempre quedan, por aquí o por allá, personas ilusionadas, con capacidad de
soñar. Amantes de la Belleza, del Bien y de la Verdad, aún mantienen la llama
de la creencia en que tales cosas, con razón llamadas transcendentales,
siguen existiendo. De tales Valores se podría decir, en una peculiar traslación
de las palabras que la Biblia aplica a Jesucristo: Ellos fueron, son y serán
lo mismo y los mismos. Ayer, hoy y por los siglos. En la moderna sociedad
tales gentes quizá vagan olvidadas por lugares y vericuetos escondidos,
ignoradas de un mundo que ha renegado de Dios. Y con Él, de todo aquello que
signifique cualquier valor que fuera capaz de elevar al hombre a mayor
altura que los irracionales. Pero están ahí. Y, con ellos, la verdadera Mística
y la verdadera Poesía.”
Suscribimos y nos congratulamos por estas palabras del
Padre Gálvez. Con ellas, inauguramos una nueva sección en nuestra revista,
destinada a la Espiritualidad. Así, regalamos al lector estos hermosos versos, cuya autoría se atribuye indistintamente a San
Juan de Ávila o a un autor anónimo:
SONETO A CRISTO CRUCIFICADO
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme al verte
clavado en una Cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido:
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal
manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te
amara,
y aunque no hubiera infierno, te
temiera.
No me tienes que dar porque Te quiera;
porque aunque lo que espero no
esperara,
lo mismo que Te quiero Te quisiera.
España
Siglo XVI