Por BRUNO ACOSTA
“Alfonso Reina salía centellando del salón de la
conferencia. Ha acabado la votación, se niega la existencia de Dios por la
mayoría de siete votos”
En la primera entrega de este ensayo se explicó cuál es el juicio de la Iglesia y del pensamiento clásico de Occidente acerca de la democracia bajo su primer aspecto, la soberanía popular. En esta segunda entrega se analizará el juicio acerca de la democracia bajo su segundo aspecto, el sufragio universal, tal como ha sido definida a los efectos de este ensayo.
2) Sufragio universal
“Existe una plaga horrenda que aflige a la sociedad
humana y se llama sufragio universal. Es ésta una plaga destructora del orden
social y merecería con justo título ser llamada mentira universal”. Sentencia
es ésta del Papa Beato Pío IX, extraída de su encíclica Máxima Quidem, de 9 de junio de 1862.[1]
El sufragio universal es, entonces, para el Magisterio
de la Iglesia Católica (Iglesia que –aclárese- es Mater et Magistra, es Madre y
Maestra) una plaga horrenda destructora del orden social, que debe ser llamada
con justo título mentira universal. ¿Por qué tan grave juicio condenatorio?
Como afirma el mismo Papa Beato Pio IX, el sufragio
universal es destructor del orden social, porque la representación política que
apareja es en sí misma, necesariamente, destructora del orden social. Es ésta la
representación en base a los partidos políticos.[2]
Al respecto, escribe el sacerdote argentino, Padre
Julio Meinvielle: “nada más deplorable y opuesto al bien común de una Nación
que la representación en base al sufragio universal […] Porque el sufragio
universal es injusto, incompetente, corruptor […] corruptor porque crea los
partidos políticos con sus secuelas de comité, esto es, oficinas de explotación
del voto; donde el voto se oferta al mejor postor, quien no puede ser sino el
más corruptor y el más corrompido. Tan decisiva es la corrupción de la política
en base al sufragio universal, que una persona honrada no puede dedicarse a
ella sino vendiendo su honradez […].”[3]
La representación en base a partidos políticos
conspira, de consuno, contra el interés general. Puesto que está en la esencia
de los partidos políticos el interés sectario y divisor: “Una y sola será
siempre la Religión que une; múltiples y amenazantes serán los partidos que
disocien, fragmenten, atomicen o dividan”, enseña el Dr. Antonio Caponnetto,
eminente poeta, historiador y filósofo argentino.
Vale atender, a ese respecto, al testimonio del
estadista portugués Antonio de Oliveira Salazar, quien gobernó su país entre
1932 y 1968 bajo una “atmósfera de milagro”, según las palabras del Papa Pío
XII:
“Soy profundamente antiparlamentario, porque detesto
los discursos hueros, la verborragia, las interpelaciones vistosas y vacías, el
halagar las pasiones, no en torno a una gran idea, sino de futilidades, de
vanidades, de naderías, desde el punto del interés nacional […] No nos podemos
permitir el lujo de dejar reinar de nuevo entre nosotros la división y la
discordia, y de consentir a las luchas partidarias […] El espíritu de partido
corrompe y envilece el poder, deforma la visión de los problemas, sacrifica el
orden natural de las soluciones, se sobrepone al interés nacional, dificulta
–cuando no se opone completamente- la utilización de los valores nacionales al
servicio del bien común […] [En síntesis] la Nación tiende instintivamente a la
unidad; los partidos, a la división.”[4]
Conclusión
Son muchos, pues, los argumentos por los cuales el
juicio que ha merecido la democracia para la Iglesia y para el pensamiento
tradicional de Occidente es condenatorio. La democracia, primero, se basa en
una ficción, cual es la soberanía
popular, invento de cuño masónico que data, aproximadamente, de la Revolución
Francesa.[5]
De ninguna forma la soberanía radica en el pueblo, sino en Dios.
En segundo lugar, la democracia se basa en el sufragio
universal, “mentira universal” en palabras del Papa Beato Pío IX, puesto que, necesariamente,
a través de la representación partidocrática, es destructor del orden social,
sembrador de discordias y de anarquías, una redondeada subversión contra el
Orden Político Natural. Su remedio lo constituye la política auténtica, basada
en los organismos naturales, orgánicos, intermedios, tal como se vio en nuestra
serie “La Política y la Representación”.
PRIMERA PARTE – DOCUMENTO COMPLETO – LA POLÍTICA Y LA REPRESENTACIÓN
[1] Antonio Caponnetto, “La Democracia: Un debate pendiente” (I), Buenos Aires, Ediciones
Katejón, 2014, p. 27.
[2] Véase, al respecto, las cuatro entregas de “La
Política y la Representación”. Están disponibles en este blog, divididas o
juntas en la sección “Documentos”.
[3] Antonio Caponnetto, “La Democracia: Un debate pendiente” (I), Buenos Aires, Ediciones
Katejon, 2014, p. 33 y 34.
[4] Antonio Caponnetto, “La Democracia: Un debate pendiente” (I), Buenos Aires, Ediciones
Katejon, 2014, p. 143.
[5] El jesuita Francisco Suárez es un antecedente a considerar. “Suarez proclama a manera de
conclusión, como un notable axioma de teología, egregium theologiae axioma, que ningún principio político es de
institución divina inmediata, sino que todos han sido establecidos por medio de
la multitud soberana […] Suárez es uno de los maestros del liberalismo moderno
en política y si no es precursor de Rousseau, se lo debe considerar, al menos,
el padre auténtico de nuestros sillonistas.”
(Victor Bouillon, “La Política de Santo Tomás”, Buenos Aires, Editorial Nuevo
Orden, págs. 45 y 54).