¡AQUÍ, BUENOS AIRES!
Entrevista con el Padre Julio Meinvielle[1]
Por Nuestro Enviado Especial
Germán Carlos Zaffaroni
Hace calor en
Buenos Aires, la gente va y viene, se entrechoca y vuelve sobre sus pasos, cada
cual por su camino, en su mundo, con su alma. Abordamos un taxi y cruzamos la
majestuosa Avenida 9 de Julio.
Mucho humo, muchos
automóviles en un ciudad convulsionada que mezcla la espiritualidad de viejas
casonas coloniales –símbolo y estandarte de una época que aparenta tocar a su
fin- y gigantescos rascacielos que parecen desafiar a Dios en una pretendida
imposición del hombre sobre Su espíritu.
Nos acomodamos en
el asiento y pensamos. Buenos Aires… Capital de una nación en continuo estado
de gravidez libertaria y espiritual que, como nuestra Patria, no ha podido
llegar a la cumbre de la independencia y de la soberanía.
¿Cuántos son los
personajes, héroes, sabios, etc., que conviven con los casi diez millones de
habitantes metropolitanos?
Las luces del
anochecer iluminan melenas y barbas que se entremezclan grotescamente con
recortadas cabelleras masculinas. Es el producto de una civilización demente y
controvertida, de una sociedad perdida en una constante evolución -¿o
involución?- hacia lo desconocido, lo cambiante. Es la demostración urbana del
cambio por el cambio.
Un tórrido calor
acecha al peatón. Evidentemente el verano ayuda a que los gritos estentóreos y
las impaciencias se agudicen.
De pronto… un
frenazo. Hemos llegado. Estamos en la esquina de las calles Independencia y
Salta.
Pagamos el viaje y
descendemos. El calor es más agobiante aún. Caminamos por Independencia hasta
el 1194.
Antes de llamar
miramos el antiguo edificio. Hay muchos años y muchos recuerdos sobre sus
viejas paredes.
Un minuto después
golpeamos sobre la añeja puerta siempre entreabierta. Nos atiende un hombre
alto, de contextura fuerte, entrado en años. Cabeza redonda y casi totalmente
calva. Ojos de mirar fuerte claro que traslucen pureza de corazón y humildad
espiritual.
Viste una larga y
negra sotana. Su sonrisa deja entrever una actitud hospitalaria.
Nos extiende su
diestra al tiempo que nos invita a pasar. Es el Padre Julio Meinvielle.
Pasamos a un
recinto humilde y limpio. El ambiente es monacal y acogedor a la vez.
Nuestra vista
recorre las paredes cubiertas de libros. Sobre la mesa más libros, acompañados
de papeles y anotaciones.
Allí está el fruto
de cuarenta años de trabajo, estudio y meditación. La soledad del Padre
Meinvielle, que por cierto es mucha, subsiste muy acompañada. El ambiente
desborda espiritualidad. Intelectualidad. Compañía.
A una invitación
suya tomamos asiento y comenzamos la charla.
Padre, ¿considera el momento actual de la Iglesia más
crítico que en el siglo del Protestantismo?
-El momento actual
es para la Iglesia mucho más crítico que el del protestantismo, y ello por
diversas y fáciles razones. El protestantismo fue un movimiento localizado y
por lo mismo no tan extendido ni tan profundo. En cambio el progresismo actual
es un movimiento universal, al menos para todo el Occidente y de mayor profundidad
en cuanto a su penetración. Ya no hay verdad que se mantenga incólume. Incluso
la existencia de Cristo y de Dios es cuestionada. En realidad, el progresismo,
en su variante liberal burguesa o en la proletaria comunista, termina con toda
expresión religiosa. Se marcha hacia una secularización o ateización de la
existencia humana.
-¿Cuál es para Ud. la raíz del actual caos en el
catolicismo?
- Esta pregunta
merecería ser descompuesta en distintos niveles. Pero le podemos dar una
respuesta global. Hasta hace unos años, aproximadamente unos treinta, el
Catolicismo de la Iglesia tenía enemigos y por de pronto el enemigo natural de
que habla el apóstol San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses (2,14),
“los judíos, que dieron muerte al Señor
Jesús, a nosotros nos persiguen, no agradan a Dios y están contra todos los
hombres”. Los judíos fabrican, de vez en cuando, a los otros enemigos de la
Iglesia, a los masones y a los comunistas, a quienes seleccionan de entre los
“goim” o gentiles. Pero hoy la Iglesia no tiene enemigos visibles porque éstos han sabido infiltrarse
dentro de sus filas y han llegado a “copar” posiciones claves y a manejar las
palancas de mando de la Iglesia misma. De aquí que el proceso de la Iglesia no
se realice desde fuera sino de adentro mismo. Es un proceso de autodestrucción.
-¿Teniendo en cuenta la reiterada prescindencia por
parte de algunos obispos y jerarquías eclesiásticas de las enseñanzas papales
se puede prever un cisma en los próximos años?
-Yo no creo que
pueda haber cisma en la Iglesia. Porque no nos iremos de la Iglesia por mucho
que esto pretendan los enemigos que se han adueñado de la Iglesia misma; y
ellos –los enemigos infiltrados- tampoco se han de ir, pues quieren destruirla
desde dentro.
Tendremos que soportar
este tiempo de autodestrucción hasta que Dios intervenga y ponga las cosas en
su debido lugar.
-¿En qué estado considera usted, se encuentra la
Revolución Mundial, que tiende a destruir nuestros valores esenciales?
-La Revolución
Mundial, que está trabajando desde hace siglos en esta lucha contra la Iglesia
y contra las nacionalidades, está a punto de lograr su objetivo, que es el de
la implantación de la tiranía universal del Anticristo. Pero antes de que logre
ese objetivo, me inclino a creer que veremos el Reino Universal de la Virgen.
María reducirá a polvo, y bien pronto, a todos los enemigos y sólo después
logrará el Anticristo su breve reinado universal.
-Respecto del Nacionalismo, Padre, ¿considera usted
que se reincorporará finalmente para restaurar los esquemas Naturales sobre los
que se debe regir la vida de todo hombre?
-El Nacionalismo es
una expresión temporal que quiere la implantación de los valores naturales del
hombre en la Cultura, en la Economía y en la Política. Un Nacionalismo sano no
ha de mirar esos valores como bienes en sí y de una estima absoluta sino que ha
de integrarlos en un contexto histórico de validez universal que se llama la
Cristiandad. Creo que, a corto plazo, caminamos hacia la restauración de la
Cristiandad. A plazo corto digo, porque la historia se mueve hoy a un ritmo
aceleradísimo. Pero la Cristiandad no ha de ser posible si, previamente, no se
cumple la purificación universal de que hablan todos los mensajes marianos.
-Finalmente, Padre Meinvielle, quisiéramos que
dirigiera un mensaje para el pueblo uruguayo en este difícil momento por el que
atraviesa frente a la subversión político-religiosa.
-Aquí está la clave
del momento actual para nuestros hermanos, los uruguayos, y para nosotros, los
argentinos. Es un momento de conversión interior, individual y colectiva, en el
sentido de encontrarnos con los valores (...)[2] la
supervivencia y grandeza de nuestros pueblos y cuyo olvido ha determinado sus
ruinas.
Frente al
liberalismo y al marxismo disgregador que nos convierte en polvo, profesamos
nuestra creencia en que la Virgen Madre ha de brindarnos una vez más nuestra
salvación individual y colectiva, aún en estas nuestras Patrias terrenas.
-Hace una pausa y
nos invita con un refresco. Habla del calor y del Uruguay.
Manifiesta un vivo
interés por nuestros problemas. Le pedimos algunas fotos para publicar junto
con el reportaje.
Nos acerca tres
fotos que guardamos, y dos de sus obras que nos obsequia.
Se tratan de
“Política Argentina 1940-1956” –en la que sitúa al lector frente al discutido y
siempre vigente problema del peronismo- y “De la Cábala al Progresismo” en la
que fundamenta su posición frente a la actual subversión espiritual y moral.
Miramos el reloj.
Es tarde, en el Aeroparque nuestro avión debe estar calentando sus motores.
El Padre Meinvielle
se despide amablemente acompañándonos hasta la puerta de la vieja casona.
Nos retiramos
dejando atrás un semblante lleno de vida –y cuarenta años de sacrificio,
meditación, estudio y trabajo por la Verdad-
La calle nos recibe
con su calor pegajoso. Por un momento habíamos olvidado que estábamos en Buenos
Aires.
[1] Publicado el
miércoles 19 de enero de 1972 por el semanario “Azul y Blanco”, Montevideo, Uruguay.
Se ha copiado fielmente el original.
[2] El original
está borrado en las tres o cuatro palabras que siguen.