Nuevamente, las palabras de este valiente prelado: el arzobispo
Carlo María Viganó.
El mundo en el que vivimos está, por decirlo con una expresión evangélica, «dividido contra sí mismo» (Mt.12, 25). A mi juicio, esta división se compone de realidad y de ficción: por un lado la realidad objetiva, y por otra la ficción mediática. Esto se aplica también a la pandemia, la cual el filósofo Giorgio Agamben ha analizado en la compilación de intervenciones titulada A che punto stiamo, recientemente publicada por la editorial Quodlibet, pero se aplica mejor todavía a la surrealista situación política de los EE.UU., en la cual las pruebas de un enorme fraude electoral han sido impunemente censuradas en los medios informativos dando por hecho la victoria de Joe Biden.
La
realidad del Covid contrasta claramente con lo que nos quieren hacer creer los
medios que siguen la línea oficial, pero ello no es suficiente para desmontar
el gigantesco montaje de falsedades que ha sido aceptado con resignación por la
mayor parte de la población. La realidad de los fraudes electorales, de las
evidentes violaciones del reglamento y la falsificación sistemática de los
resultados contrasta a su vez con el discurso de los gigantes de la
información, para los cuales Joe Biden es el nuevo presidente de los Estados
Unidos, y punto. Y así
tiene que ser: no hay alternativas a la presunta furia
devastadora de una gripe estacional que ha causado el mismo número de víctimas
mortales que el año pasado, ni a la irremediabilidad de la elección de un candidato
corrupto y sometido al estado profundo. Tanto es así que Biden ya ha prometido
restablecer el confinamiento en los EE.UU.
No se tiene en cuenta la
realidad, se prescinde totalmente de ella, dado que se interpone entre el plan
y su realización. El Covid y Biden son dos hologramas, dos creaciones
artificiales listas en todo momento para ajustarse a las exigencias del momento
y ser sustituidas respectivamente por el Covid 21 y por Kamala Harris. Se
lanzan acusaciones de irresponsabilidad por la celebración de mítines de
partidarios de Trump, pero no pasa nada si en la vía pública se concentran los
de Biden, como ya sucedió en EE.UU. con las manifestaciones del movimiento
Black Lives Matter y en Italia con las celebraciones partidistas del 25 de abril.
Lo que para algunos es delito, a otros se les consiente sin dar explicaciones,
sin lógica y sin criterios racionales. Porque el mero hecho de votar por Biden,
de ponerse la mascarilla, es un salvoconducto absoluto; en cambio, si se es de
derecha, se vota por Trump o se pone en duda la eficacia de las pruebas PCR es
un motivo de condena que no requiere pruebas ni proceso. Automáticamente te
tildan de fascista, soberanista, populista y negacionista, estigma social ante
el que deben retirarse en silencio cuantos son objeto de él.
Volvamos a la división entre
buenos y malos que es objeto de ridiculización cuando es afirmada por una parte
–la nuestra– y erigida en postulado incontestable cuando la emplean nuestros
adversarios. Ya lo vimos con los comentarios desdeñosos a mis palabras sobre
los hijos de la Luz y
los hijos de las
tinieblas, como si mi tono
apocalíptico fuera fruto de una mente delirante en lugar de la
simple constatación de la realidad. Pero al rechazar con desdén esta división
bíblica de la humanidad la han confirmado, limitándose a arrogarse el derecho
de conceder patentes de legitimidad social, política y religiosa.
Los buenos son ellos, aunque
propugnen el asesinato de inocentes, y nosotros tendremos que darles la razón.
Los demócratas son ellos, aunque
para ganar las elecciones tengan que recurrir siempre a fraudes que saltan a la
vista. Los paladines de la libertad son ellos, aunque
nos la vayan cercenando día a día. Los honrados y objetivos son ellos, aunque su
corrupción y sus delitos los ven ya hasta los ciegos. La actitud dogmática que
desprecian y ridiculizan en otros es algo indiscutible e incontrovertible
cuando son ellos quienes
la promueven.
Pero como ya tuve oportunidad
de decir, olvidan un pequeño detalle que no alcanzan a comprender: la verdad
existe de por sí independientemente de quien le dé crédito, porque por sí
misma, ontológicamente, tiene su propia razón de validez. La verdad no se puede
negar, porque es un atributo de Dios, es Dios mismo. Y todo lo que es verdadero
participa de esa primacía sobre la mentira. Por tanto, teológica y
filosóficamente podemos tener la certeza de que esos engaños tienen
las horas contadas, porque bastará arrojar luz sobre ellos para que se
desmoronen. Luz y tinieblas, ni más ni menos. Dejemos ahora que se arroje luz
sobre las imposturas de Biden y los demócratas sin dar un paso atrás. El fraude
que han tramado contra Trump y contra Estados Unidos no podrá sostenerse por
mucho tiempo, como tampoco se sostendrán los fraudes mundiales del Covid, la
culpa de la dictadura china, la complicidad de los corruptos y los traidores y
el sometimiento de la iglesia profunda.
En medio de este panorama de
mentiras erigidas en sistema y propagadas por los medios con un descaro
desconcertante, la elección de Joe Biden no es sólo algo que desean, sino que
se considera inevitable, y por tanto verdadera y definitiva. Aunque no haya
terminado el escrutinio; aunque el control de votos y las denuncias de fraude
no hayan hecho más que comenzar; Biden tiene que ser presidente, porque así lo
han decidido ellos: el
voto de los estadounidenses sólo es válido si lo ratifica este discurso; de lo
contrario se convierte en deriva plebiscitaria, en populismo, en fascismo.
No sorprende, pues, el
entusiasmo grosero y violento con que exultan los demócratas por su
candidato in pectore,
ni la incontenible satisfacción de los medios informativos y los comentaristas
oficiales, como tampoco la constatación de sometimiento cómplice y adulador al
estado profundo por parte de los dirigentes políticos de medio mundo. Asistimos
a una competición a ver quién llega primero, abriéndose paso a codazos para
hacer alarde, para hacer ver que siempre se creyó en la victoria aplastante del
títere demócrata.
Pero si la actitud lisonjera de
los jefes de estado y secretarios de partido es parte del trillado guión de la
izquierda internacional, desconciertan sobremanera las declaraciones de la
Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, las cuales se apresuró a
reproducir la agencia Vatican News, que con inquietante cortedad de miras se
atribuyen el mérito de haber apoyado al segundo
presidente católico en la historia de los EE.UU., olvidando el
importante detalle de que Biden es un abortista empedernido y apoya la
ideología LGTB y el mundialismo anticatólico. José H. Gómez, arzobispo de Los
Ángeles, profanando la memoria de los mártires cristeros de su país natal,
sentencia lapidario: «El pueblo estadounidense ha hablado». Qué más dan los
fraudes electorales denunciados y sobradamente probados; el fastidioso formalismo
del voto popular, si bien adulterado de mil maneras, se considera concluido en
favor del abanderado del pensamiento único. Hemos leído, y nos ha causado
náuseas, los mensajes de James Martin SJ y de toda la caterva de aduladores
impacientes por subirse al carro de la victoria para compartir con Biden el
efímero triunfo. A quien disiente, a quien pide claridad, a quien recurre
a las autoridades judiciales para hacer valer sus derechos no se le reconoce
legitimidad, y se ve obligado a callar, resignarse y desaparecer. Peor
aún: tiene que sumarse al coro exultante, aplaudir y sonreír. Quien no acepta,
atenta contra la democracia y es condenado al ostracismo. Como se ve, sigue
habiendo dos bandos, pero esta vez es algo legítimo e indiscutibles porque son ellos los que lo
imponen.
Resulta significativo que la
Conferencia Episcopal de EE.UU. y la organización abortista Planned Parenthood
expresen satisfacción por la presunta victoria electoral de la misma persona.
Tal unanimidad recuerda el apoyo entusiasta de las logias masónicas a la
elección de Jorge Mario Bergoglio, que tampoco estuvo exenta de sospechas de
fraude en el cónclave y era igualmente deseada por el estado profundo, como es
sabido por los correos de John Podesta y los vínculos de McCarrick y sus compinches
con los demócratas y con el propio Biden. Dios los cría y ellos se juntan.
Con
estas palabras se confirma y sella la impía alianza entre el estado
profundo y la iglesia profunda, el sometimiento de la cúpula de la jerarquía
católica al Nuevo Orden Mundial renegando de las enseñanzas de Cristo y de la
doctrina de la Iglesia. El primer e ineludible paso para entender la
complejidad de lo que actualmente sucede y verlo desde una perspectiva
sobrenatural y esjatológica es darse cuenta de ello. Sabemos y creemos
firmemente que Cristo, única Luz verdadera del mundo, ya ha vencido a las
tinieblas que lo ocultan.
+Carlo Maria Viganò, arzobispo
8 de noviembre de 2020, domingo XXIII después de Pentecostés
FUENTE: http://syllabus-errorum.blogspot.com/2020/11/la-verdad-existe-de-por-si.html#more
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