A principios de
siglo, los grandes medios de comunicación, al unísono, aseguraban que en Irak
existían “armas de destrucción masiva” y que, por tanto, se justificaba una
invasión por parte del ejército yanqui. Fueron muy pocos los que cuestionaron
la versión.
Hoy es sabido –confesión del Departamento de Estado mediante- que, lisa y llanamente, esas “armas de destrucción masiva” no existían. Lo que se realizó fue una operación de bandera falsa tendiente a justificar el derrocamiento del gobierno iraquí, suplantarlo por uno afín y extraer recursos naturales a raudales.
Algo parecido
ocurre hoy. El trillado virus no existe, según lo admite el propio Ministerio de Salud Pública del Uruguay, puesto que no fue aislado, purificado ni
secuenciado. O, al menos, su existencia es harto dudosa; o, al menos, de
existir, su letalidad es tan mínima que no justifica las medidas despóticas
tomadas. Se trata de otra operación de bandera falsa tendiente a justificar
cambios estructurales en diversos ámbitos, políticos, económicos, demográficos,
sociales, laborales, educativos, etc., para de tal forma lograr los objetivos
de la agenda 2030 de la ONU.
En ese sentido, por
ejemplo, en el ámbito laboral, Lucía Muñoz, socia del departamento de consultoría
de capital humano de Deloitte Uruguay, manifestó hace unos días que “lo que estamos viviendo se puede definir
como un viaje en el tiempo a partir de la pandemia a nivel organizacional y de
trabajo. Una cantidad de cambios que
pensamos iban a llevar años se dieron en semanas".
"Cambios en las formas de trabajar, de consumir, de comprar, toda la tecnología que empezamos a volcar en el trabajo y las interacciones con el uso de plataformas visuales. Estos aspectos aceleraron el futuro del trabajo”, agregó. Ya lo había dicho Klaus Schwab: “La pandemia probablemente acelere muchos de los cambios que ya estaban teniendo lugar antes de que estallara, que a su vez generarán otros cambios.” “Pandemias y guerras […] las dos tienen el potencial de ser crisis transformativas de inimaginables proporciones”.
La plandemia es
también ejecución de la táctica de ingeniería social llamada la “doctrina del
shock”, que consiste en crear un problema o crisis, organizar la reacción y
proponer una solución. La solución que la masa pide (porque sería desproporcionado
y desacertado llamarle “pueblo”) es la “vacuna”(ver portada de “The Economist”).
Y la pide de forma zoológica, con el ansia que pide el perro su comida. No
considera la masa que las propias autoridades admiten que la “vacuna” es inútil y potencialmente dañina, o que existen denuncias de que contienen grafeno, o
que pueden ser instrumentos para la neuromodulación en el marco del proyecto “Brain”
de Rafael Yuste, o que Bill Gates dijo hace unos años que “si se hace un buen
trabajo con vacunas, se puede reducir la población mundial”.
Todas estas cosas ya las hemos tratado más detenidamente a lo largo de nuestras publicaciones. A ellas nos remitimos. Para finalizar, nos preguntamos si, cumplidos sus objetivos –de vacunar y de motivar cambios estructurales- la plandemia cesará o si, por el contrario, esto sólo es el comienzo… ¿Qué pasará con la “variante Delta”? ¿Y con las “terceras dosis”?