viernes, 30 de julio de 2021

VACUNARSE CONTRA EL COVID 19, ¿ES PECADO?

Por DARDO JUAN CALDERÓN

El título está puesto ex profeso para llamar la atención, ya que la pregunta está mal formulada. Ya tuvimos esta discusión con respecto al VOTO en la Democracia moderna y se repetirá cada vez más frecuentemente con respecto a la participación con las empresas del poder, las económicas, sanitarias, públicas y privadas,  y muchas otras, en la medida que el deterioro moral y la decadencia de las sociedades modernas vayan marcando el abajamiento de casi toda actividad, hasta que se haga necesario rajar a los montes.

La verdadera pregunta es si tal cosa (el voto, la vacunación, ostentar un cargo político, etc.) es hoy MATERIA DE PECADO, y no si es pecado concreto en una persona singular. Y esto porque el pecado exige condiciones subjetivas (libertad y conocimiento) por parte de quien lo comete (lo que no impide que objetivamente tal conducta sea “materia de pecado”), por tanto, si tal conducta es pecado o no en una persona concreta es un asunto que depende de un juicio particular, ya sea en el análisis de conciencia propio o en el juicio que aporta el confesor. Ambas cosas que están desapareciendo.

Tratando de no abundar, podemos sintetizar que es pecado todo acto (pensamiento, obra u omisión) que resulta contrario a la ley de Dios (y por supuesto, a la ley natural), es decir, todo lo que no conduce al fin propio del hombre que es Dios mismo (lo que implica la salvación).

Pero tampoco esto es tan fácil (o sí), pues tenemos que “saber” (con la inteligencia) qué virtualidad tienen estos actos para conducirnos al fin o para alejarnos de él. Si tenemos el “optimismo” gnoseológico que nos produce la filosofía aristotélico-tomista, sabemos que esto “se puede saber”, no es tan difícil, y es más, es bastante intuitivo.

¿Qué es lo que tengo que saber? Tengo que saber si el acto es conducente al fin o, por el contrario, si lo contraría. Cuando hago un acto que sé que es contrario al fin, que sé que lo es y que sin ningún obstáculo en mi libertad mi voluntad lo quiere, pues es un pecado en toda la regla, es decir “formal” (la clase de pecados que hace un hombre cabal).  Sé que ese dinero no es mío y tengo perfectamente claro que no hay que robar, sin embargo lo tomo, porque puedo y cagüentodos. Tomar dinero ajeno es siempre y objetivamente malo, sin embargo puede ser que yo no sabía que era de otro, o que estaba en un estado de necesidad tal que impedía mi libertad, entonces es pecado material (objetivo), inculpable a quien lo comete por defecto en el conocimiento o en la voluntad.

Pero no nos engañemos, en el caso anterior –del robo- nadie puede decir que no sabía que era pecado sacarle la plata - o cualquier propiedad - a otro. Lo sabe un niño sin que tenga gran educación moral. Y de igual forma lo sabe un adulto con respecto al sexto o al noveno mandamiento. Las películas porno usan la palabra pecado en sus marquesinas, es más, el chiste es que es pecado.

Es decir, que invocar que no se conocía la Ley es un asunto bastante improbable de suceder, salvo casos muy complicados ésta es evidente, es natural.  Es cierto que estamos en épocas en que la falta total de educación - más la perversa prédica de las pseudoautoridades - hacen que ya mucha gente haya comenzado a ignorar las Leyes Divinas y hasta las leyes naturales, y en la confusión ya ni saben si rigen o si Dios mismo (a través de Francisco) las ha derogado. Pero es igualmente cierto que campa mucho entre las gentes de hoy el asunto de aprovechar la confusión reinante y acallar la conciencia, guardarla en un cajón, enmudecerla y, en lo posible, aniquilarla. Aunque siempre está la muy maldita, en un fondito, remordiendo.

Esta costumbre de hacernos los tontos y desafinar la conciencia que, como bien decía Oscar Wilde, comenzó por las clases altas (“el día que las clases bajas pierdan la conciencia moral, estaremos perdidos” o algo así, decía con bastante sorna). Y ya llegó ese momento. Si se fijan bien, el mundo de los negocios se ha transformado en mil maneras complejas de ocultar o justificar un robo y ya sólo quedan comprendidas dentro del VII mandamiento las personas que roban gallinas,  o la muchacha de servicio que se lleva un pedazo de queso. No creo que haya muchos confesores que reciban de los penitentes la propia acusación de cobrar intereses altos, honorarios exagerados, abusar de la necesidad, ligereza o inexperiencia del prójimo (usura), o simplemente de cobrar el sueldo rascándose; todos como incluidos en el mandato de “no robarás”.  Y todos sabemos que eso es robar aquí y en la China.  Y podríamos seguir con dos millones de ejemplos que nos demostrarían que ya quedan muy pocos pecados fuera del sexto y el noveno. Aprovecharse de los imbéciles luego de haberlos imbecilizado con la educación y la publicidad es la definición del orden social y político actual.   La avaricia ha pasado a ser una virtud de clase, creo que los pecados sexuales se conservancomo tales porque son dispendiosos.

Visto lo anterior, ¡ni qué hablar de hilar más fino! Ya ni los curas se atreven. Porque si bien se piensa, casi todas las conductas humanas tienen resonancia salvífica o condenatoria, y por tanto deben ser realizadas con recta razón, es decir, sabiendo hacia qué se dirigen, y por tanto comienza a ser un pecado tener conductas que no sabemos hacia qué se dirigen. Un hombre cabal es un hombre que pesa sus acciones. Siempre. “No puedo participar de una empresa de la que no conozco su finalidad, por más que la acción que se me pida sea en sí misma buena, porque estoy aceptando la posibilidad de cooperar con el mal, ni puedo obedecer a un jefe sino sé suficientemente que el mandato que me da está enmarcado en el orden al bien común: mi conducta debe estar informada por verdadera sabiduría, pues pronto tendré que dar cuenta de ella a Dios”  nos decía el RP Álvaro Calderón en su “La lámpara bajo el celemín”.

Si nos tomamos en serio lo citado… ¡ayy! … ya que la mayoría de las veces cooperamos con empresas que “sabemos” de su mala finalidad, con la excusa de que lo hacemos dentro del sistema “impuesto”, y lo que hacemos nosotros no es malo en sí (el cajero puntual y honesto del prostíbulo; el funcionario de un gobierno anticristiano que ordena el tránsito), entonces, ni hablar de cuando simplemente “no sabemos” o “no estamos seguros” de cuáles son sus fines, que según la cita es ya un pecado. El pecado de ser un idiota a propósito. De ser un enajenado (como dijimos en anterior artículo) muy conveniente. De idiotizarse y cortarse los cables que conectan a la conciencia para después decir con la boca abierta “¡no sabía!”. Es mejor el cinismo, aunque las dos cosas van al infierno.

Es decir, que no sólo es pecado actuar para el mal, sino el no actuar para el bien y aún más (y peor) el actuar con dudas si es para el mal o para el bien. Y nuestra acción no está reducida a lo próximo e inmediato (hacer bien la caja, o que anden los semáforos; en los ejemplos anteriores), no somos animales que sólo se dirigen al pienso, sino seres que piensan. Y que piensan en la visión y consideración del “todo” en el que se engloba nuestra conducta. En una visión integral y completa.

Y vamos viendo que ser “buenos” no es tan fácil. Pero nos vamos acercando al problema del título, previo pasar por los otros nombrados. Voto al candidato A o B. ¿Sé lo que estoy apoyando? No es que esto me preocupe, pues sé que la mayor parte de las veces muy pocos se engañan con respecto a si gobernará para el bien común; saben que es un cretino que hará cretinadas y lo apoyan a sabiendas: es un pecado formal. Pecado que tiene excusas por supuesto (voto para que el peor no llegue, o porque hago un cierto bien en algún plano inferior), como todos los pecados la tienen. Pero sepamos que las excusas no influyen en la estructura del pecado, es decir, en su formalidad. Se las contaremos a San Pedro y ya verá el Buen Santo lo que hará con ellas (Lewis dice que hay que ahorrárselas, que seguro a Dios se le ocurre unas mejores). La única manera que el pecado no nos sea imputable en este caso es que “no sabía” o “no pude resistirme”, “estaba amenazado o podía perder esto o aquello”. Vicios en la inteligencia o la voluntad. Que pueden ser verdad… hummm… y que la mayor de las veces es que me hago el idiota. “¡No imaginé que iban a ser tan malos!” ¡Y había datos ciertos a montones para saberlo de sobra! En fin, yo no soy cura y no tengo que andar cuidando idiotas; votar hoy a algunos de los infames que se proponen para gobernar mal – y lo avisan y publicitan- es pecado, y formal. Salvo que seas imbécil certificado. Y es bastante más pecado que echarse una muchacha a la cacerola porque hace al bien común de manera directa y en la más grande responsabilidad. Hace mil veces más daño.

¿Y la vacuna? Y aquí hay varias cosas que contemplar. Una. Se usan células de un feto abortado, pero no de cualquier feto abortado, sino de uno elegido entre varios. Es decir que hay toda una secuencia de abortos previos. Lo cierto es que esto ya se usaba para varias vacunas anteriores y otros medicamentos (yo no lo sabía, ahora lo sé. Tendría que haberlo sabido. Soy un tarado y esto es una excusa. Hace rato que debía desconfiar de estos hideputas de la big-pharma). No sé cómo hacen buenos moralistas para acordar con que vacunarse- utilizando el crimen original - es pecado material, pero no formal, en cuanto a la participación con este crimen una vez que ya lo sabes. Pero démosle la derecha (los curas no quieren pedir mucho a sus fieles o se quedan sin fieles). Dos. Algunas vacunas manipulan los genes. No sé nada de esto, pero entiendo que es análogo a cambiar la función de un órgano tal como Dios lo creó (¿para mejorar la Acción Divina? ¡Ja!).  Tres. Nadie sabe a “ciencia cierta” qué es la enfermedad y menos qué hace la vacuna. La vacuna es experimental. ¡Ya veremos qué consecuencias tendrá!

Quedémonos en el Tres. ¿Sé qué efectos tiene la vacuna? ¿Puedo aceptar ser parte de un experimento médico? ¿Lo hago por el bien de la comunidad? ¿Lo hago obedeciendo la autoridad civil o para evitarme problemas?

Si no sé, esto ya es un pecado como dijimos más arriba. Puede que sea para el bien o para el mal de las personas, hay dudas. Hay varias opiniones.  No excusa, yo tengo que saber lo que hago. Puedo saber por mí mismo o por “autoridades creíbles y legítimas en la materia”. Me lo dice el médico (que tampoco sabe, pero bueno…). Si es para el mal que se hizo la vacuna mi participación es sólo material si el médico de confianza me impulsa, no formal.  Si tengo dudas, pues no debo hacerlo o es formal para mí.

Pero vamos al hecho que nos ha sido públicamente notificado de que “ES UN EXPERIMENTO”, y aquí ya no es tan fácil zafar y escuchemos a Pio XII en una alocución a los Participantes en la VIII Asamblea de la Asociación Médica Mundial (30 de Setiembre de 1954) Notas 7 y 8 refiriéndose justamente a los Experimentos Médicos:

“¿El "interés médico de la comunidad" no está, en su contenido y en su extensión, limitado por ninguna barrera moral? ¿Da él "plenos poderes" para cualquier experiencia médica seria en el hombre viviente? ¿Suprime él las barreras que todavía valen para el interés de la ciencia o del individuo? O bajo otra fórmula: ¿la autoridad pública —a la que precisamente incumbe el cuidado del bien común— puede dar al médico el poder de intentar ensayos en el individuo por el interés mismo de la ciencia y de la comunidad a fin de inventar y experimentar métodos y procedimientos nuevos, cuando estos ensayos sobrepasan el derecho del individuo a disponer de sí mismo; puede realmente la autoridad pública, por interés de la comunidad, limitar o suprimir hasta el derecho del individuo sobre su cuerpo y su vida, su integridad corporal y psicológica? (Para prevenir una objeción: siempre se supone que se trata de investigaciones serias, de esfuerzos honestos para promover la medicina teórica y práctica; pero no de cualquier maniobra que sirva de pretexto científico para encubrir otros fines y realizarlos impunemente) (Las negritas son nuestras, y no ocultamos nuestras sospechas sobre la honestidad de este experimento Vacuna Covid 19).

En lo que se refiere a las cuestiones planteadas, muchos han estimado, y aun lo estiman hoy, que es preciso responderlas afirmativamente. Para defender su tesis invocan ellos el hecho de que el individuo está subordinado a la comunidad, y que el bien del individuo debe dejar paso al bien común y serle sacrificado. Añaden que el sacrificio de un individuo a los fines de la investigación y de la exploración científica aprovecha finalmente al individuo mismo. Los grandes procesos de la posguerra han descubierto una cantidad tremenda de documentos que comprueban el sacrificio del individuo "al interés médico de la comunidad” […]

[…] Pero Nos podemos también añadir: los responsables de estos hechos atroces no han hecho sino responder afirmativamente a las cuestiones que Nos hemos planteado, y sacar las consecuencias prácticas de esta afirmación. ¿El interés del individuo hállase, en este punto, subordinado al interés médico común, o se violan aquí, tal vez de buena fe, las exigencias más elementales del derecho natural? Violación que ninguna investigación médica puede permitirse. Necesario sería cerrar los ojos a la realidad para creer que, en la hora actual, ya no se encuentra nadie en el mundo de la medicina para mantener y defender las ideas que están en el origen de los hechos que Nos hemos citado. Basta seguir durante algún tiempo los informes sobre los ensayos y las experiencias médicas, para convencerse de lo contrario. Involuntariamente se pregunta qué es lo que ha autorizado a tal médico para atreverse a tal intervención, y lo que podría alguna vez autorizarla. Con una “objetividad tranquila”, la experiencia está descrita en su desarrollo y en sus efectos; se anota lo que se verifica y lo que no se verifica, pero sobre la cuestión de la licitud moral, ni una palabra. Y, sin embargo, existe esta cuestión; y no se la puede suprimir pasándola en silencio. En el caso de que, en los hechos mencionados, la justificación moral de la intervención se deduzca del mandato de la autoridad pública, y consiguientemente de la subordinación del individuo a la comunidad, del bien individual al bien social, descansa ella en una explicación errónea de este principio […]

[…] el médico justificaba sus decisiones por el interés de la ciencia, el del paciente y el del bien común. Del interés de la ciencia ya se ha hablado. En cuanto al del paciente, el médico no tiene otro derecho para intervenir sino el concedido por el enfermo. El paciente, por su parte, el individuo mismo, no tiene derecho a disponer de su existencia, de la integridad de su organismo, de los órganos particulares y de su capacidad de funcionamiento sino en la medida exigida por el bien de todo el organismo. Esto da la clave de la respuesta a la cuestión de que os habéis ocupado: ¿Puede el médico aplicar un remedio peligroso, emprender intervenciones probable o ciertamente mortales, tan sólo porque el paciente lo quiera o consienta en ello? (aquí preguntamos nosotros si la intervención genética no consiste en romper la “integridad del organismo”) 

En relación con el interés de la comunidad, la autoridad pública no tiene, en general, derecho alguno directo a disponer de la existencia y de la integridad de los órganos de sus súbditos inocentes. —La cuestión de las penas corporales y de la pena de muerte, Nos no la examinamos aquí, porque Nos hablamos del médico, no del verdugo—. Y como el Estado no posee este derecho directo de disposición, tampoco puede comunicarlo al médico por ninguna razón ni finalidad […]

El control último y el más elevado es el Creador mismo: Dios. Nos no haríamos justicia a los principios fundamentales de vuestro programa y a las consecuencias de ahí derivadas, si Nos quisiéramos caracterizarlos tan sólo como exigencias de la humanidad, como finalidades humanitarias. También lo son; pero son esencialmente mucho más aún. La última fuente, de donde derivan su fuerza y su dignidad, es el Creador de la naturaleza humana. Si se tratase de principios elaborados tan sólo por la voluntad del hombre, entonces su obligación no tendría sino la fuerza de los hombres; podrían aplicarse hoy, y ser sobrepasados mañana un país podría aceptarlos, otro rechazarlos. Pero sucede muy de otro modo, si interviene la autoridad del Creador. Y los principios fundamentales de la moral médica son parte de la ley divina. He aquí el motivo que autoriza al médico a poner una confianza incondicionada en estos fundamentos de la moral médica.”

CONCLUSIÓN. Los experimentos médicos sobre humanos, en la medida que ponen en riesgo las vidas o la integridad del organismo humano, son MATERIA DE PECADO, aun cuando sus fines fueran honestos, cuando fueran para el bien de la comunidad y mandados por la autoridad legítima. El hecho de que sean EXPERIMENTOS, es decir que existan “dudas” sobre su bondad o sus efectos sobre el cuerpo humano – del que Dios es su verdadero Dueño -  los hace materialmente inmorales.  Era esta una sabiduría respetada hasta esta vacuna, haciéndose el experimento sobre animales y sólo aplicando sobre humanos cuando existían certezas de probada eficacia y rangos de riesgo admisible. Existe la “excusa” de un “estado de urgencia”, que ya hablamos sobre el valor de las excusas cuando son ciertas, y más que en este caso parecen a todas luces no ser ciertas, sino parte de un fraude.

Ni qué hablar si hay dudas sobre la honestidad y sobre los fines que impulsan a esos experimentos; y peor aún, si la supuesta autoridad que los propone o impone es ilegítima y perversa, condición demostrada por su actividad contraria a las leyes de Dios, la ley natural y el bien común de las personas.

Eso sí, no se asusten, no los estoy acusando de pecadores, la existencia de pecado formal en cada una de las personas es materia de juicio particular, existiendo siempre la posibilidad de que no sea pecado porque quien ha recibido la vacuna es ignorante del carácter experimental de la misma, es decir, que creyó que era un remedio probado y aprobado; que creyó que el médico – o autoridad civil-  que se lo recomendó era una autoridad creíble, o que entendió que la autoridad civil podía pedirle la participación en un experimento médico sobre su cuerpo, o hasta creyó que él podía decidir participar en un experimento sobre su cuerpo,  y el pobre no conocía la Ley de Dios de que nuestro cuerpo es de Dios, para ser Templo del Espíritu Santo. Hemos visto estos equívocos - ¿culpables? – en el caso de los transplantes.

También hay muchas más excusas que no recomiendo esgrimir, siempre lo mejor es declararse rematadamente imbécil. La más de las veces es cierto. Todo el poder mundial se concentra y planifica para que seamos eso. Al punto de que podemos esgrimir un vis irresistible para serlo ¡flor de excusa! O loquitos.