Por
DARDO JUAN CALDERÓN
El título está puesto ex profeso para llamar la atención, ya que la pregunta está mal formulada. Ya tuvimos esta discusión con respecto al VOTO en la Democracia moderna y se repetirá cada vez más frecuentemente con respecto a la participación con las empresas del poder, las económicas, sanitarias, públicas y privadas, y muchas otras, en la medida que el deterioro moral y la decadencia de las sociedades modernas vayan marcando el abajamiento de casi toda actividad, hasta que se haga necesario rajar a los montes.
La verdadera
pregunta es si tal cosa (el voto, la vacunación, ostentar un cargo político, etc.)
es hoy MATERIA DE PECADO, y no si es pecado concreto en una persona singular. Y
esto porque el pecado exige condiciones subjetivas (libertad y conocimiento) por
parte de quien lo comete (lo que no impide que objetivamente tal conducta sea
“materia de pecado”), por tanto, si tal conducta es pecado o no en una persona
concreta es un asunto que depende de un juicio particular, ya sea en el
análisis de conciencia propio o en el juicio que aporta el confesor. Ambas
cosas que están desapareciendo.
Tratando de no
abundar, podemos sintetizar que es pecado todo acto (pensamiento, obra u
omisión) que resulta contrario a la ley de Dios (y por supuesto, a la ley
natural), es decir, todo lo que no conduce al fin propio del hombre que es Dios
mismo (lo que implica la salvación).
Pero tampoco esto
es tan fácil (o sí), pues tenemos que “saber” (con la inteligencia) qué
virtualidad tienen estos actos para conducirnos al fin o para alejarnos de él. Si
tenemos el “optimismo” gnoseológico que nos produce la filosofía
aristotélico-tomista, sabemos que esto “se puede saber”, no es tan difícil, y
es más, es bastante intuitivo.
¿Qué es lo que
tengo que saber? Tengo que saber si el acto es conducente al fin o, por el
contrario, si lo contraría. Cuando hago un acto que sé que es contrario al fin,
que sé que lo es y que sin ningún obstáculo en mi libertad mi voluntad lo
quiere, pues es un pecado en toda la regla, es decir “formal” (la clase de
pecados que hace un hombre cabal). Sé
que ese dinero no es mío y tengo perfectamente claro que no hay que robar, sin
embargo lo tomo, porque puedo y cagüentodos. Tomar dinero ajeno es siempre y
objetivamente malo, sin embargo puede ser que yo no sabía que era de otro, o
que estaba en un estado de necesidad tal que impedía mi libertad, entonces es
pecado material (objetivo), inculpable a quien lo comete por defecto en el
conocimiento o en la voluntad.
Pero no nos engañemos,
en el caso anterior –del robo- nadie puede decir que no sabía que era pecado sacarle
la plata - o cualquier propiedad - a otro. Lo sabe un niño sin que tenga gran
educación moral. Y de igual forma lo sabe un adulto con respecto al sexto o al
noveno mandamiento. Las películas porno usan la palabra pecado en sus
marquesinas, es más, el chiste es que es pecado.
Es decir, que
invocar que no se conocía la Ley es un asunto bastante improbable de suceder, salvo
casos muy complicados ésta es evidente, es natural. Es cierto que estamos en épocas en que la
falta total de educación - más la perversa prédica de las pseudoautoridades -
hacen que ya mucha gente haya comenzado a ignorar las Leyes Divinas y hasta las
leyes naturales, y en la confusión ya ni saben si rigen o si Dios mismo (a
través de Francisco) las ha derogado. Pero es igualmente cierto que campa mucho
entre las gentes de hoy el asunto de aprovechar la confusión reinante y acallar
la conciencia, guardarla en un cajón, enmudecerla y, en lo posible,
aniquilarla. Aunque siempre está la muy maldita, en un fondito, remordiendo.
Esta costumbre de
hacernos los tontos y desafinar la conciencia que, como bien decía Oscar Wilde,
comenzó por las clases altas (“el día que las clases bajas pierdan la
conciencia moral, estaremos perdidos” o algo así, decía con bastante sorna). Y
ya llegó ese momento. Si se fijan bien, el mundo de los negocios se ha
transformado en mil maneras complejas de ocultar o justificar un robo y ya sólo
quedan comprendidas dentro del VII mandamiento las personas que roban gallinas,
o la muchacha de servicio que se lleva
un pedazo de queso. No creo que haya muchos confesores que reciban de los
penitentes la propia acusación de cobrar intereses altos, honorarios
exagerados, abusar de la necesidad, ligereza o inexperiencia del prójimo
(usura), o simplemente de cobrar el sueldo rascándose; todos como incluidos en
el mandato de “no robarás”. Y todos
sabemos que eso es robar aquí y en la China.
Y podríamos seguir con dos millones de ejemplos que nos demostrarían que
ya quedan muy pocos pecados fuera del sexto y el noveno. Aprovecharse de los
imbéciles luego de haberlos imbecilizado con la educación y la publicidad es la
definición del orden social y político actual.
La avaricia ha pasado a ser una
virtud de clase, creo que los pecados sexuales se conservancomo tales porque
son dispendiosos.
Visto lo anterior,
¡ni qué hablar de hilar más fino! Ya ni los curas se atreven. Porque si bien se
piensa, casi todas las conductas humanas tienen resonancia salvífica o
condenatoria, y por tanto deben ser realizadas con recta razón, es decir,
sabiendo hacia qué se dirigen, y por tanto comienza a ser un pecado tener
conductas que no sabemos hacia qué se dirigen. Un hombre cabal es un hombre que
pesa sus acciones. Siempre. “No puedo
participar de una empresa de la que no conozco su finalidad, por más que la
acción que se me pida sea en sí misma buena, porque estoy aceptando la
posibilidad de cooperar con el mal, ni puedo obedecer a un jefe sino sé
suficientemente que el mandato que me da está enmarcado en el orden al bien
común: mi conducta debe estar informada por verdadera sabiduría, pues pronto
tendré que dar cuenta de ella a Dios”
nos decía el RP Álvaro Calderón en su “La lámpara bajo el celemín”.
Si nos tomamos en
serio lo citado… ¡ayy! … ya que la mayoría de las veces cooperamos con empresas
que “sabemos” de su mala finalidad, con la excusa de que lo hacemos dentro del
sistema “impuesto”, y lo que hacemos nosotros no es malo en sí (el cajero
puntual y honesto del prostíbulo; el funcionario de un gobierno anticristiano que
ordena el tránsito), entonces, ni hablar de cuando simplemente “no sabemos” o
“no estamos seguros” de cuáles son sus fines, que según la cita es ya un
pecado. El pecado de ser un idiota a propósito. De ser un enajenado (como
dijimos en anterior artículo) muy conveniente.
De idiotizarse y cortarse los cables que conectan a la conciencia para después
decir con la boca abierta “¡no sabía!”. Es mejor el cinismo, aunque las dos
cosas van al infierno.
Es decir, que no
sólo es pecado actuar para el mal, sino el no actuar para el bien y aún más (y
peor) el actuar con dudas si es para el mal o para el bien. Y nuestra acción no
está reducida a lo próximo e inmediato (hacer bien la caja, o que anden los
semáforos; en los ejemplos anteriores), no somos animales que sólo se dirigen
al pienso, sino seres que piensan. Y que piensan en la visión y consideración
del “todo” en el que se engloba nuestra conducta. En una visión integral y
completa.
Y vamos viendo que
ser “buenos” no es tan fácil. Pero nos vamos acercando al problema del título,
previo pasar por los otros nombrados. Voto al candidato A o B. ¿Sé lo que estoy
apoyando? No es que esto me preocupe, pues sé que la mayor parte de las veces
muy pocos se engañan con respecto a si gobernará para el bien común; saben que
es un cretino que hará cretinadas y lo apoyan a sabiendas: es un pecado formal.
Pecado que tiene excusas por supuesto (voto para que el peor no llegue, o
porque hago un cierto bien en algún plano inferior), como todos los pecados la
tienen. Pero sepamos que las excusas no influyen en la estructura del pecado,
es decir, en su formalidad. Se las contaremos a San Pedro y ya verá el Buen
Santo lo que hará con ellas (Lewis dice que hay que ahorrárselas, que seguro a
Dios se le ocurre unas mejores). La única manera que el pecado no nos sea
imputable en este caso es que “no sabía” o “no pude resistirme”, “estaba
amenazado o podía perder esto o aquello”. Vicios en la inteligencia o la
voluntad. Que pueden ser verdad… hummm… y que la mayor de las veces es que me
hago el idiota. “¡No imaginé que iban a ser tan malos!” ¡Y había datos ciertos
a montones para saberlo de sobra! En fin, yo no soy cura y no tengo que andar
cuidando idiotas; votar hoy a algunos de los infames que se proponen para
gobernar mal – y lo avisan y publicitan- es pecado, y formal. Salvo que seas
imbécil certificado. Y es bastante más pecado que echarse una muchacha a la
cacerola porque hace al bien común de manera directa y en la más grande
responsabilidad. Hace mil veces más daño.
¿Y la vacuna? Y
aquí hay varias cosas que contemplar. Una. Se usan células de un feto abortado,
pero no de cualquier feto abortado, sino de uno elegido entre varios. Es decir
que hay toda una secuencia de abortos previos. Lo cierto es que esto ya se
usaba para varias vacunas anteriores y otros medicamentos (yo no lo sabía,
ahora lo sé. Tendría que haberlo sabido. Soy un tarado y esto es una excusa.
Hace rato que debía desconfiar de estos hideputas de la big-pharma). No sé cómo
hacen buenos moralistas para acordar con que vacunarse- utilizando el crimen
original - es pecado material, pero no formal, en cuanto a la participación con
este crimen una vez que ya lo sabes. Pero démosle la derecha (los curas no
quieren pedir mucho a sus fieles o se quedan sin fieles). Dos. Algunas vacunas manipulan
los genes. No sé nada de esto, pero entiendo que es análogo a cambiar la
función de un órgano tal como Dios lo creó (¿para mejorar la Acción Divina?
¡Ja!). Tres. Nadie sabe a “ciencia
cierta” qué es la enfermedad y menos qué hace la vacuna. La vacuna es experimental. ¡Ya veremos qué consecuencias tendrá!
Quedémonos en el Tres.
¿Sé qué efectos tiene la vacuna? ¿Puedo aceptar ser parte de un experimento
médico? ¿Lo hago por el bien de la comunidad? ¿Lo hago obedeciendo la autoridad
civil o para evitarme problemas?
Si no sé, esto ya es
un pecado como dijimos más arriba. Puede que sea para el bien o para el mal de
las personas, hay dudas. Hay varias opiniones.
No excusa, yo tengo que saber lo que hago. Puedo saber por mí mismo o
por “autoridades creíbles y legítimas en la materia”. Me lo dice el médico (que
tampoco sabe, pero bueno…). Si es para el mal que se hizo la vacuna mi
participación es sólo material si el médico de confianza me impulsa, no
formal. Si tengo dudas, pues no debo
hacerlo o es formal para mí.
Pero vamos al hecho
que nos ha sido públicamente notificado de que “ES UN EXPERIMENTO”, y aquí ya
no es tan fácil zafar y escuchemos a Pio XII en una alocución a los
Participantes en la VIII Asamblea de la Asociación Médica Mundial (30 de
Setiembre de 1954) Notas 7 y 8 refiriéndose justamente a los Experimentos Médicos:
“¿El "interés médico de la comunidad" no está, en su contenido
y en su extensión, limitado por ninguna barrera moral? ¿Da él "plenos
poderes" para cualquier experiencia médica seria en el hombre viviente?
¿Suprime él las barreras que todavía valen para el interés de la ciencia o del
individuo? O bajo otra fórmula: ¿la autoridad pública —a la que precisamente
incumbe el cuidado del bien común— puede dar al médico el poder de intentar
ensayos en el individuo por el interés mismo de la ciencia y de la comunidad a
fin de inventar y experimentar métodos y procedimientos nuevos, cuando estos
ensayos sobrepasan el derecho del individuo a disponer de sí mismo; puede
realmente la autoridad pública, por interés de la comunidad, limitar o suprimir
hasta el derecho del individuo sobre su cuerpo y su vida, su integridad
corporal y psicológica? (Para
prevenir una objeción: siempre se supone que se trata de investigaciones
serias, de esfuerzos honestos para promover la medicina teórica y práctica;
pero no de cualquier maniobra que sirva de pretexto científico para encubrir
otros fines y realizarlos impunemente) (Las negritas son nuestras, y no
ocultamos nuestras sospechas sobre la honestidad de este experimento Vacuna
Covid 19).
En lo que se refiere a las cuestiones planteadas, muchos han estimado, y
aun lo estiman hoy, que es preciso responderlas afirmativamente. Para defender
su tesis invocan ellos el hecho de que el individuo está subordinado a la
comunidad, y que el bien del individuo debe dejar paso al bien común y serle
sacrificado. Añaden que el sacrificio de un individuo a los fines de la
investigación y de la exploración científica aprovecha finalmente al individuo
mismo. Los grandes procesos de la posguerra han descubierto una cantidad
tremenda de documentos que comprueban el sacrificio del individuo "al
interés médico de la comunidad” […]
[…] Pero Nos podemos también añadir: los responsables de estos hechos
atroces no han hecho sino responder afirmativamente a las cuestiones que Nos
hemos planteado, y sacar las consecuencias prácticas de esta afirmación. ¿El
interés del individuo hállase, en este punto, subordinado al interés médico
común, o se violan aquí, tal vez de buena fe, las exigencias más elementales
del derecho natural? Violación que
ninguna investigación médica puede permitirse. Necesario sería cerrar los ojos a la realidad para creer
que, en la hora actual, ya no se encuentra nadie en el mundo de la medicina
para mantener y defender las ideas que están en el origen de los hechos que Nos
hemos citado. Basta seguir durante algún tiempo los informes sobre los ensayos
y las experiencias médicas, para convencerse de lo contrario.
Involuntariamente se pregunta qué es lo que ha autorizado a tal médico para
atreverse a tal intervención, y lo que podría alguna vez autorizarla. Con una “objetividad
tranquila”, la experiencia está descrita en su desarrollo y en sus efectos; se
anota lo que se verifica y lo que no se verifica, pero sobre la cuestión de la licitud moral, ni una palabra. Y, sin
embargo, existe esta cuestión; y no se la puede suprimir pasándola en silencio.
En el caso de que, en los hechos mencionados, la justificación moral de la
intervención se deduzca del mandato de la autoridad pública, y
consiguientemente de la subordinación del individuo a la comunidad, del bien
individual al bien social, descansa ella en una explicación errónea de este
principio […]
[…] el médico justificaba sus decisiones por el interés de la ciencia,
el del paciente y el del bien común. Del interés de la ciencia ya se ha
hablado. En cuanto al del paciente, el médico no tiene otro derecho para
intervenir sino el concedido por el enfermo. El paciente, por su parte, el individuo mismo, no tiene derecho a
disponer de su existencia, de la integridad de su organismo, de los órganos
particulares y de su capacidad de funcionamiento sino en la medida exigida por
el bien de todo el organismo. Esto da la clave de la respuesta a la
cuestión de que os habéis ocupado:
¿Puede el médico aplicar un remedio peligroso, emprender intervenciones
probable o ciertamente mortales, tan sólo porque el paciente lo quiera o
consienta en ello? (aquí
preguntamos nosotros si la intervención genética no consiste en romper la
“integridad del organismo”)
En relación con el interés de la comunidad, la autoridad pública no
tiene, en general, derecho alguno directo a disponer de la existencia y de la integridad
de los órganos de sus súbditos inocentes. —La cuestión de las penas corporales
y de la pena de muerte, Nos no la examinamos aquí, porque Nos hablamos del médico, no del verdugo—. Y como el Estado
no posee este derecho directo de disposición, tampoco puede comunicarlo al
médico por ninguna razón ni finalidad […]
El control último y el más elevado es el Creador mismo: Dios. Nos no
haríamos justicia a los principios fundamentales de vuestro programa y a las
consecuencias de ahí derivadas, si Nos quisiéramos caracterizarlos tan sólo
como exigencias de la humanidad, como finalidades humanitarias. También lo son;
pero son esencialmente mucho más aún. La última fuente, de donde derivan su
fuerza y su dignidad, es el Creador de la naturaleza humana. Si se tratase de
principios elaborados tan sólo por la voluntad del hombre, entonces su
obligación no tendría sino la fuerza de los hombres; podrían aplicarse hoy, y
ser sobrepasados mañana un país podría aceptarlos, otro rechazarlos. Pero
sucede muy de otro modo, si interviene la autoridad del Creador. Y los
principios fundamentales de la moral médica son parte de la ley divina. He aquí
el motivo que autoriza al médico a poner una confianza incondicionada en estos
fundamentos de la moral médica.”
CONCLUSIÓN. Los experimentos médicos
sobre humanos, en la medida que ponen en riesgo las vidas o la integridad del
organismo humano, son MATERIA DE PECADO, aun cuando sus fines fueran honestos,
cuando fueran para el bien de la comunidad y mandados por la autoridad legítima.
El hecho de que sean EXPERIMENTOS, es decir que existan “dudas” sobre su bondad
o sus efectos sobre el cuerpo humano – del que Dios es su verdadero Dueño
- los hace materialmente inmorales. Era esta una sabiduría respetada hasta esta
vacuna, haciéndose el experimento sobre animales y sólo aplicando sobre humanos
cuando existían certezas de probada eficacia y rangos de riesgo admisible.
Existe la “excusa” de un “estado de urgencia”, que ya hablamos sobre el valor
de las excusas cuando son ciertas, y más que en este caso parecen a todas luces
no ser ciertas, sino parte de un fraude.
Ni qué hablar si hay dudas sobre la
honestidad y sobre los fines que impulsan a esos experimentos; y peor aún, si
la supuesta autoridad que los propone o impone es ilegítima y perversa,
condición demostrada por su actividad contraria a las leyes de Dios, la ley
natural y el bien común de las personas.
Eso sí, no se asusten, no los estoy
acusando de pecadores, la existencia de pecado formal en cada una de las personas
es materia de juicio particular, existiendo siempre la posibilidad de que no
sea pecado porque quien ha recibido la vacuna es ignorante del carácter
experimental de la misma, es decir, que creyó que era un remedio probado y
aprobado; que creyó que el médico – o autoridad civil- que se lo recomendó era una autoridad
creíble, o que entendió que la autoridad civil podía pedirle la participación
en un experimento médico sobre su cuerpo, o hasta creyó que él podía decidir
participar en un experimento sobre su cuerpo, y el pobre no conocía la Ley de Dios de que
nuestro cuerpo es de Dios, para ser Templo del Espíritu Santo. Hemos visto
estos equívocos - ¿culpables? – en el caso de los transplantes.
También hay muchas más excusas que no recomiendo esgrimir, siempre lo mejor es declararse rematadamente imbécil. La más de las veces es cierto. Todo el poder mundial se concentra y planifica para que seamos eso. Al punto de que podemos esgrimir un vis irresistible para serlo ¡flor de excusa! O loquitos.