Por ANTONIO
CAPONNETTO
“En
esa tarde sin mañana te fue dado saber que eras cobarde”
Jorge Luis Borges
Según Génesis 3,12, cuando Dios interpeló a nuestros primeros padres por haber comido del fruto prohibido, el desdichado Adán no tuvo mejor ocurrencia que echarle la culpa a su mujer. No cualquiera, claro: “La mujer que tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”. No había falsía en el relato, ni hubiera funcionado la mentira delante de la Verdad misma. Pero tal vez a Nuestro Creador se le hubiera mitigado un poco su legítima y santa ira, si el hombre hubiera hallado una respuesta más guapa. Algo así como: “Padre, me porté como un no binario. Debí mandarla a Eva a lavar las hojas de parra, y encararlo a Mandinga a puño limpio”.
No obstante, para
reivindicar el patriarcado y defender la primacía del varón, valga agregar que,
tras la agachada, Adán terminó al fin haciéndose cargo de la grave falta, y
hasta el día de hoy sigue ganando el pan con el sudor de la frente, como consecuencia
de su pecado.
En las antípodas
de nuestro primer antepasado –e ignorante, ¡ay! de las perícopas
veterotestamentarias- Alberto no encontró mejor solución para su delito que
salir con esta justificación pseudoadámica: “Pueblo vox Dei, la mujer que me
diste por barragana y manceba, me trajo una torta
de cumple y yo comí. No volverá a suceder, oh amado demos”. Pero cuando se
esperaba que el demos todo, abandonando su pasado machirulo y envuelto en los neo
oropeles del feminismo, lo repudiara por fautor de uxoricidio político o crimen
de leso concubinato, apenas si se farfulló aisladamente un tenue reproche.
Las pañuelos
verdes callaron. Otrosí las bragas arco iris o los transbufarrones variopintos,
siempre prontos para reivindicar el hembraje al palo, si se nos permite el
oxímoron. Como en el soneto “Amablemente” de Daniel Melingo, que inmortalizara
Edmundo Rivero, aunque sorprendidos ambos amantes en el revolcón ilícito, se
castigó a la fémina diciéndosele al másculo: "puede rajarse; el hombre no
es culpable en estos casos." Estamos esperando que el INADI sancione
férreamente a Alberto por discriminación de partusa agravado por el vínculo y
exclusión fotogénica del chino. Y
estamos esperando a los instructores de la ESI que clasifiquen este caso como
abuso de género, pollerudismo craso o al menos de vulgar colitis emotiva.
Acaso para atemperar la cobardía
de refugiarse en los refajos de la cumpleañera, nuestro primer títere la llamó
“la querida”. Sí; ya entendimos Alberto. Fabiola es la eventual querida y
Estanislao la primera dama. También entendimos que no fue una fiesta, guateque o cuchipanda de aquellos,
sino un “brindis”(sic). La diferencia no es de poca monta. Si lo primero, el
crimen contra la seguridad sanitaria es flagrante; si lo segundo, únicamente se
perpetró un desafinamiento de Verdi: ”Libiamo,
libiamo ne' lieti calici, che la bellezza infiora. E la
fuggevol, fuggevol ora s'inebriì a voluttà....”.
El caso estaba casi resuelto, pero
en este gobierno siempre hay un Fernández dispuesto a echar una mano. Esta vez
fue el medievalista Aníbal, que en paridad de erudición y de sutileza con
Pernoud, Power, Pirenne o Le Goff, nos dilucidó la hermenéutica de aquel extraño
sucedido en la Quinta Presidencial el 14 de julio de 2020.
Según Aníbal, las
cosas sucedieron deste modo: el presidente llega a su casa, se encuentra con
que su cortesana ha convocado a yantar a hombres eminentes, como un colorista
de pelambreras, un nutricionista de canes, una health coach y una odalisca algo entrada en lípidos. Se sorprende
ante tamaña invasión no consentida ni sospechada por él, y aunque la tal mesa
redonda contraviene las leyes rígidamente obligatorias dispuestas para contrarrestar
la arrasadora pandemia, consiente cuanto ocurre y se acopla a la fechoría. ¿Por
qué?, se pregunta retóricamente el Maestro Aníbal. Porque si lo hubiera
impedido dándole de contusiones y magulladuras a la donna, hubiera retrocedido
a los oscuros tiempos medievales, en los cuales, como se sabe, el hombre podía
“cagar a trompadas” a su mujer.
Difieren aquí los
filólogos sobre la semántica del verbo utilizado por el Anibalense. Pero están
contestes en cambio en que la prueba de tales prácticas punitivas las recopiló abundantemente
tras su proximidad con el conde Néstor y su consorte Cristina en el ducado del
Calafate, circa siglo XIII o baja Edad Báez.
Podemos entender que
una sociedad, incursa en venalidades y piraterías como la nuestra, ya no se
sienta obligada a pedirle ejemplaridad a los gobernantes. Pero chacotas al
margen no podemos entender ni admitir que se renuncie a la lógica más elemental.
No le estamos exigiendo a los argentinos que lean el Órganon de Aristóteles, pero cómo es posible que no se llegue a
este elemental silogismo: Si fuera cuestión de vida o de muerte el cumplimiento
estrictísimo de los malditos protocolos impuestos por esta infectadura,
aquellos que los violaron en plena residencia presidencial, o fueron suicidas,
o deberían estar muertos o deberían ser llevados a la prisión ya. O sendas
cosas juntas.
No habiendo sucedido
nada de esto, ergo, los tales protocolos son la mentira misma, con la cual
vienen sojuzgándonos monstruosamente desde hace largo año y medio. De ahora en
más, por consiguiente, todo aquel que respete estos protocolos, cuya violación
ha sido ejecutada por los mismos que los pergeñaron, o es un estulto o un necio
o un cómplice activo de esta farsa satánica de la pandemia. Sí; satánica,
stricto sensu.
Lo venimos diciendo
desde la noche fatídica del 19 de marzo del 2020. La foto que ahora ha tomado
estado público –sumada a otros múltiples episodios muchísimos más graves y
canallescos que este capricho festivo de una mujeruca ramplona- nos da
enteramente la razón.
Será mejor que reaccionemos. A cada una y a todas las medidas estatales para “cuidarnos”. Porque no son –quedó ahora al desnudo- sino el tinglado mismo donde campean la farsa, la crueldad, el exterminio y la ruina. Y para quienes sean capaces de hacerlo con lucidez y coraje, habrá otro brindis. No como el del estercolero de Olivos sino como el que les prometió Enrique V a los que combatieran con él en San Crispín: un brindis durante el cual, los nombres de los combatientes heroicos serán recordados con copas rebosantes del más augusto vino.