Por el RP Gabin Hachette (FSSPX). Traducción para “Verdad”
de Dardo Juan Calderón.
Leemos en el libro de los Proverbios (X,17) que “acatar la corrección conduce a la vida”. Si esto se refiriera a lo “políticamente correcto” -ideología impuesta en este momento por el pensamiento dominante- resultaría inconcebible como “camino a la vida”: feminismo, públicos arrepentimientos de la propia cultura, promoción de la homosexualidad (expresada con la “seriedad” de la sigla “LGBTQIA+”), dictadura bajo pretexto sanitario (pase sanitario), unión libre, contraconcepción, PMA (asistencia médica a la procreación), inmigracionismo, ecologismo radical, libertinaje en los vestidos, antiespecismo (igualdad jurídica y “moral” con la especie animal), ideología de género, escolaridad mixta, decolonialismo, y otras muchas locuras que, aunque aparecen como distintas y novedosas, no son más que las consecuencias previstas de la lejana Ilustración triunfante desde la Revolución de 1789. Aquella falsa concepción del hombre pensado sin pecado original, la del buen salvaje –y para peor asociado a una idea política que niega los derechos de Jesucristo sobre la Ciudad- nos han llevado al colapso, al anticristianismo que nos rodea. De estas semillas de muerte no sale más que caos: la evidente pérdida temporal de las naciones, pero aunque menos evidente y peor, la pérdida eterna de las almas.
Uno de
los primeros ejes para encontrar la verdadera “corrección” que conduce al “camino
de la vida”, sería la de revivir la virilidad en los hombres, líderes
naturales en el orden de la Ciudad y la familia. Y no están exentas de esta
obligación las mujeres que por su influencia cobran una importancia capital,
porque son precisamente SUS hombres los que están siendo extinguidos de una
manera metódica.
Ante la
presión social les quedan a los varones tres caminos: el primero consiste en “irse a la cama”, dejarse adormecer,
abdicar de su libertad, su honor y su virtud, para llevar una pequeña vida
tranquila, sin luchas, disfrutando de las innumerables voluptuosidades mundanas
con las que el mundo sabe atontará sus víctimas. Para estos el “camino de la vida” ha sido fallido;nada
hay que esperar de ellos.
El
segundo, más astuto, cuenta con mezclar los planos. Sin renunciar
fundamentalmente a su fe y a su patria, prefiere no hacer olas aunque tenga que
tragarse un sapo. La paz bien vale un poco de acomodamiento, “¡en estos días hay que saber tirar un poco
de lastre!”. Se puede caer en esta trampa por debilidad o fatiga, falta de
esperanza en Dios y combatividad, o sobreestimación de los adversarios
concebidos como invencibles. Santa Juana de Arco reanimó –durante la guerra de
los cien años– el celo de los hombres del partido del legítimo rey Carlos VII
que habían sido tentados por esta bajeza.
En fin,
la última opción es la del hombre viril,
aquel que guarda la “corrección de la
disciplina”. Disciplina de la fe que es la Tradición Integral, disciplina
de la patria que es el combate por la Ciudad Católica (oportunidades no faltan).
La continuidad de la herencia de nuestros ancestros, comenzando por el rechazo a
la Revolución en todas sus formas. En fin, disciplina de la familia asumiendo
con estima, inteligencia y humildad los deberes de la autoridad patriarcal y
marital. Este es el verdadero camino de
la vida, y las madres tienen una gran
responsabilidad en este plano: comenzando por ¡casarse con verdaderos hombres! y no con seductores inestables; no
entregarse a la tendencia de la “mamá gallina” que cría hijos timoratos; asumir
con amor y vigilancia su papel de reina del hogar invitando a la pureza; y sobre todo que guarden respeto y admiración
por la autoridad del marido a fin de que éste se vea valorado y cobre coraje en
su función, resistiendo a la tentación de dimitir de su puesto. ¡La
masculinidad es un fenómeno muy raro para que uno lo eche a perder cuando se ha
dado!
Está
claro que en el camino de la Iglesia Conciliar (esa parte de la Iglesia
Católica que está enferma del Concilio Vaticano II) uno no puede hacer otra
cosa que contar con esta desvirilización, contar con el alineamiento en las
secuelas de la Revolución. Las mujeres frecuentemente –en toda la
sociedad- ocupan el lugar que
corresponde a los hombres y ¡hasta el de los clérigos!.
Se
rechaza instintivamente esa autoridad viril que tiende a afirmar “netamente” la verdad y condenar el
error, y entonces el corazón viene a dominar la razón, el sentimiento subjetivo
a ocultar lo real. Se pierde la visión de lo alto, la visión de conjunto, para
pasar a ver nada más que los detalles superficiales y dejarse subyugar por
ellos. ¡Nunca jamás la guerra! No se quiere jamás el combate, éste es un horror
masculino. En consecuencia el mal se expande y, faltando “hombres”, es normal que falten vocaciones sacerdotales. Más que
enderezar el rumbo del alma se prefiere parlotear en conciliábulos inútiles y
dejarse llevar por sones de una pobreza intelectual afligente, tanto que
desnaturalizan nuestras iglesias.
El malvado será quien rechace esta postura “políticamente correcta” ¡actitud tan contraria a la de Cristo y los Apóstoles! y que parece que nos hace infieles a la misión de la Iglesia. Y si no, veamos la prueba: los cien sacerdotes alemanes que se atrevieron a bendecir ante la faz del mundo, a plena luz, las infames uniones homosexuales el pasado mes de mayo, no tienen sanción hasta la fecha; pero para la tradición… el aislamiento de los apestosos, los anatemas. La llamada Iglesia Conciliar quiere dormir tranquilamente en “plena comunión”, pero ésta no incluye los veinte siglos que la preceden. Ya sin reparos, mantengamos la correcta disciplina, único y verdadero “pase sanitario”.