El cardenal criticó el descenso de fieles y de personal, el “relativismo creciente” que hay en la institución frente a temas morales y la “ignorancia religiosa” en la población; los más afectados son jóvenes pobres empujados “al consumo, a la pornografía y a la droga”
Búsqueda Nº 2137 - 26 de Agosto al 1 de Setiembre de 2021 - Escribe Juan Pittaluga.
¡Devuélveme la alegría de tu
salvación! es el título, en
tono de plegaria, de la última carta pastoral publicada por el cardenal Daniel
Sturla. En el documento el arzobispo de Montevideo hace una profunda reflexión
de la situación difícil que la Iglesia católica atraviesa en Uruguay, con reclamos
hacia el afuera pero especialmente con una fuerte crítica sobre la situación
interna, sobre la cual llama a actuar a través del debate y de soluciones
concretas. Publicada en julio y dirigida principalmente a sacerdotes, diáconos
y otros miembros de la comunidad, la carta de 80 páginas acepta, con mucha
preocupación y en busca de optimismo, que ya no es posible para la Iglesia
“tapar una realidad que se hace cada vez más desafiante” por el alejamiento de
fieles y equivocaciones en la “tarea evangelizadora”.
Para Sturla, el “punto clave” de la situación del catolicismo en el país
es “una nueva ola glacial secularizadora” que no afecta únicamente a no
creyentes, “sino que ha ido penetrando en la misma Iglesia”. El cardenal se
refiere con esa ola al “esfuerzo progresivo por la desaparición de lo religioso
del ámbito público hasta hacer de la religión un vestigio del pasado”.
Luego enumera una serie de
constataciones que ha notado en Uruguay: la “ignorancia religiosa es
generalizada” y los elementos básicos de la fe católica “ya no forman parte de
la cultura general de la población”; este contexto impacta en los mismos
creyentes católicos, quienes “mayoritariamente también tienen un escaso
conocimiento de las verdades fundamentales” de la fe; el “relativismo ad intra de la Iglesia
frente a temas morales es creciente”; muchas parroquias no tienen niños en
catequesis y menos aún grupos de adolescentes o de jóvenes; la mayoría de los
colegios católicos tiene serias dificultades a la hora de evangelizar; y es muy
difícil encontrar personal católico para obras educativas y sociales.
Este panorama tiene como consecuencia una marcada disminución del número de católicos uruguayos. Sturla afirma que el mayor problema se da en los barrios populares de Montevideo “con mujeres de mucha edad”. Se pregunta, por ejemplo, si entre otras acciones será conveniente celebrar mejor las eucaristías dominicales. “¿Qué otras expresiones de culto y de piedad podemos vivir y proponer además de la Santa Misa?”.
Tomar el toro
por las astas
Las cartas
pastorales son escritas por obispos o por las conferencias episcopales para dar
instrucciones y sugerencias al clero y al resto de los fieles. Sturla declara
que su texto no es un resultado de las transformaciones que produjo la pandemia
de Covid-19 en la sociedad, “sino de una llamada interior” que siente desde
hace muchos años. Pretende además marcar un camino de cara a la XXVI Asamblea
del Sínodo de los Obispos, cuya inauguración hará el papa Francisco en Roma en
octubre, y a la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe que se
desarrollará en noviembre.
Pese al presente complicado que el cardenal describe para la Iglesia
uruguaya, sostiene que los católicos no deben permanecer inmóviles ante la
secularización. “Podemos quedarnos en el lamento, en el sueño de tiempos
pasados mejores o en la uruguayísima queja o podemos intentar tomar el toro por
las astas, tratar de aplicar el bisturí allí donde duele para poder realizar
una cura eficaz”, alienta.
Sturla cita exhortaciones, encíclicas, cartas y audiencias del papa
Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II para argumentar cuáles son los tres
cambios fundamentales que el catolicismo precisa en Uruguay.
El primero es “recuperar el discurso básico de la fe”. Según el
cardenal, hoy no existe un discurso común aceptado por todos los católicos,
sino relatos diversos donde “cada uno pone o saca” elementos a su gusto. “Todo
puede pasar por la opinología. Tomo del ‘supermercado de la fe católica’ los
elementos que me parecen potables, que son biensonantes a mis oídos modernos”,
cuestiona. En esa línea describe un fenómeno que separa en dos a las familias
religiosas: unas que “no han sido capaces de transmitir la fe a sus hijos”,
sino que les enseñan “valores que estos después encuentran mejor encarnados en
una opción política o en una adhesión a movimientos de tipo humanista,
ambientalista, de género, etcétera, que en el seno de la misma Iglesia, cuyos
ritos le parecen siempre anquilosados”; y por otro lado familias que
“transmiten la fe de la Iglesia a sus hijos con una eficacia un poco mayor”,
con énfasis en la adoración a Dios, el rezo del rosario, la participación en
misa y el servicio a los más pobres.
El segundo cambio que plantea Sturla es entender el verdadero concepto
del pecado original. Afirma que la posmodernidad instaló la concepción de que
el pecado original no está en el hombre, sino en la sociedad, “que debe ser
deconstruida para que los individuos sean verdaderamente libres y pueda
desarrollarse todo lo que hay en ellos que es puro y noble cuando no es
contaminado desde fuera”.
Lamenta que este pensamiento haya permeado en la educación católica
—donde la nueva visión de los educadores sostiene que “los chicos son buenos,
lo que hacen está bien, no hay que complicarles la vida”—, pero principalmente
reprocha que haya alcanzado al clero y la vida consagrada. “La oración personal
o comunitaria se abandona fácilmente; la obligación del rezo de la liturgia de
las horas es una propuesta a mi libertad pero no mi ‘oficio’. Verlo como
obligación contraría mi sentido de autonomía y no me deja rezar como el Señor
me inspira”, critica. “Podríamos preguntarnos también si los escándalos de
abusos sexuales que son una tragedia para quienes los padecieron y que han
generado una herida abierta en el corazón de la Iglesia no tienen que ver
también con esta ausencia de realismo sobre la condición humana que lleva a una
falta de oración y de ascesis”.
La última transformación que pide el cardenal refiere al propio título
de su carta: “Recuperar el sentido integral de la salvación y anunciarla con
alegría”. Asegura que en la actualidad el mensaje que proclama la Iglesia de la
salvación a través de Cristo “queda diluido en una confusa moral de la
solidaridad y del ‘buenismo’” a la que puede invitar Jesús como otros prohombres
de la humanidad, por lo cual para salvarse “no es necesario entonces ser
cristiano”. Este mensaje “es un cáncer a la hora del anuncio del evangelio”,
“vacía de sentido la vida sacerdotal y religiosa”, “hace absurda la celebración
de los sacramentos” y “destruye el fervor misionero y la pastoral vocacional”.
Más allá de las consecuencias internas que trae para el catolicismo,
Sturla también apunta que la complicada situación de la Iglesia derrama en un
inconveniente para la sociedad, ya que “cuando la gente deja de creer en Dios
pasa a creer en cualquier cosa”.
“La alta tasa de suicidios y el bajo índice de natalidad son dos manifestaciones que hacen patente el oscurecimiento del sentido de la vida. A esto se suma las cárceles llenas (principalmente de jóvenes pobres) y la violencia creciente a la que está claramente unida el aumento exponencial de la drogadicción y el narcotráfico. Esto ¿no tiene que ver con ese frío secularizador que nos invade? ¿No son los que más lo sufren los más jóvenes y los más pobres cuyo horizonte se limita cada vez más y los empuja al consumo, a la pornografía y a la droga?”.