Por ANTONIO CAPONNETTO
Bergoglio no encara esta batalla por
el celo teológico, eclesiológico o litúrgico. La encara como una fase más de la
lucha de clases. He aquí la tragedia, el drama, la conmoción fatal: quien ocupa
el solio de Pedro es un agente de la insurrección clasista, variable clave en
la Revolución Mundial Anticristiana.
Son muchas las voces autorizadas y solventes que se han expedido contra el Motu Proprio del infausto Bergoglio. En tal sentido, nada podríamos agregar, a no ser nuestra gratitud a quienes han hablado claro, defendiendo el rito tridentino y reprobando los intentos vaticanos por defenestrarlo.
Pero sucedió que, casi en simultáneo con el Motu Proprio, se conoció la
noticia del nombramiento de Emilce Cuda como Jefa de la Oficina de la
Pontificia Comisión para América Latina (PCAL). Y entonces, lo que empezamos
sospechando a solas, sin decirlo, lo queremos dar a conocer ahora, siquiera como
un pensamiento en voz alta.
La tal Cuda, de nacionalidad argentina, es un pez gordísimo de la herejía
progresista y del funesto connubio cristiano-marxista. Su prontuario –que puede
seguirse amplísimamante en las redes- la retrata como la persona indicada para
el puesto devastador que le han asignado. Ya que, en efecto, posee todas las
carencias necesarias que Bergoglio busca y reclama; desde la carencia de la Fe
Católica hasta la de los escrúpulos morales básicos para defender así, sin
remordimientos, cuantas pésimas y aborrecibles causas no debería defender jamás
un bautizado fiel. Es, en fin, la Cuda, un engendro abominable típico, de lo
que hoy se conoce como la Iglesia Conciliar; un fruto opimo de la putrefacción
modernista. Los detalles de su itinerario proselitista resultan espeluznantes.
Reporteada por un órgano afín a su militancia zurda[1], da un
par de respuestas que nos parecen altamente significativas para entender al
malicioso Traditionis Custodes. Dice
por ejemplo que, “para hablar de Dios
preciso una mediación. El período medieval utilizó como mediación a la
filosofía [...].En el siglo XX a partir de Latinoamérica, la teología va a
hablar de Dios a partir del clamor de los pobres, y toma como mediación la
sociología, ese es el método de la teología de la liberación”.
No hay mucha sutileza que descifrar. La Sociología reemplaza ahora a la Teología; y una clase social, la
de los pobres, es el punto de partida del creyente. Para más señas, no se trata
de practicar una virtud: la prudencia, sino de un ejecutar método, el de la
dialéctica clasista. Sociomorfismo en su más crasa expresión.
Dice después la Cuda que “en
la Teología del pueblo [ideología a
la que adscribe explícitamente Bergoglio, desde su fundación setentista], se
utiliza el símbolo, el lenguaje simbólico de la cultura popular, el arte, el lugar
del trabajo, la comunidad[...]. No usa el lenguaje de la palabra, sino el del
arte y la estética, que se expresa en otras
liturgias”.
Interrogada
directamente sobre si Bergoglio es peronista, ofrece una respuesta de
antología: “El peronismo es una practica política local, argentina. Que
comienza con y lleva el nombre del General Perón y que va teniendo las
adaptaciones propias en diferentes contextos. El Papa como es argentino y fue
parte de ese movimiento cultural y político, obviamente cuando habla uno dice:
<eso es peronismo>. El papa es argentino y cuando hace interpretaciones
de la política tiene vocabulario propio del peronismo [...]. El peronismo es
parte de la cultura argentina, no es un partido político, es el modo de hacer
política de la argentina. El Papa comparte la línea de los teólogos del pueblo,
como los sacerdotes Lucio Gera y Rafael Tello, que estaban en contacto con las
organizaciones de los trabajadores, con las villas, con los militantes
sociales, católicos preocupados por lo político y los problemas sociales. Si
están del lado del pueblo, obviamente el partido que los representa es el
justicialismo, lo que se conoce como peronismo. Entonces no es ser peronista,
sino que cualquiera que se pone del lado del pueblo termina usando un discurso
peronista, un discurso popular”.
Tampoco
hay sutilezas para descifrar. El Peronismo sería una especie de forma mentis omniabarcadora y
omnisciente, una bóveda cosmovisional, bajo cuya variopinta techumbre no puede
dejar de colocarse nadie que esté “al lado del pueblo”. En otras palabras, es
en el peronismo donde habitan los visibilia
et invisibilia hominis; y fuera de él todo es oligarquía y Barrio Norte. Hay
ciertos réprobos, claro, que se llaman católicos sin aceptar el <sub tuum
praesidium> del Peronismo. “Esta gente
católica –nos aclara- es la continuidad del catolicismo a favor de la dictadura”.
Juntemos las partes de este tosco y salvaje rompecabezas.
Bergoglio ataca, persigue y virtualmente suprime a la Misa
Tridentina por todas las razones graves, sustantivas y profundas que con entera
justicia le han reprochado los tradicionalistas. No lo negamos. Adherimos. Es
lícito decir que este hombre odia a la Tradición, tanto como proclama su amor
al Mundo Moderno y a la Revolución. Es lícito interpelarlo y señalarlo como un
renegado de las fuentes espirituales, doctrinales y litúrgicas en las que han
abrevado siempre nuestra Santa Madre.
Pero le importa un belín la liturgia, y su lucha en ese plano
es sólo accidental, no substancial. Suprime la misa tridentina porque con su
testa vulgar, su corazón plebeyo, y su mirada hemipléjica obnubilada por la
ideología, cree que el Vetus Ordo es de los ricos, los oligarcas, la clase
alta, los country cerrados, los anti-pueblo. La detesta por razones
sociológicas, no teológicas; por metodología dialéctica no por preocupación por
la lex orandi. Y la suprime, porque como bien dice su vocera, la Cuda, él está
con “otras liturgias” que no necesitan “el
lenguaje de la palabra” sino la estética popular, el <arte> de la
resistencia: grasa, descamisada y en patas.
Lo dijo premonitoriamente Perón, el 1 de Mayo de 1955, en un
acto en la Plaza de Mayo, por boca de su Secretario General de la C.G.T,
Eduardo Vuletich, a quien tenía físicamente a su lado cuando rebuznó lo que
sigue: “¡Nosotros, los trabajadores, preferimos al que nos habla en nuestro
idioma, que entendemos, y no al que nos reza en latín, que no entendemos, que
sigue de cara al altar y de espaldas al pueblo!”. Dicho esto siete años antes
de la apertura del Concilio Vaticano II. Por lo que no sería desacertado decir
que, en la eclesiología peronista, el Novus Ordo fue una conquista gremial de
los trabajadores[2].
Si alguien le recordara a Bergoglio que con el Novus Ordo
siguen siendo posibles el canto gregoriano, el latín, el griego en el Kyrie, el
altar coram Deo, la comunión de rodillas y en la boca, y la solemnidad del
celebrante y de los fieles, igual le molestaría la nueva misa. Y sacaría un
Motu Proprio aboliendo la <Ecclesia de Eucharistia> de Juan Pablo II y
<Sacramentum Caritatis> de Benedicto XVI. Que intentaron, cada uno a su
modo y con sus limitaciones, ponerle coto al Novus Ordo devenido en show.
Porque lo que lo irrita, subleva y encoleriza a Bergoglio,
contra toda práctica elemental de la misericordia, es que todavía haya
católicos apostólicos romanos. Que todavía queden quienes reclamen la juntura
de la lex credendi, la lex orandi y la lex vivendi, como la manifestación
convergente y unitiva de la Verdad, el Bien y la Belleza. Que aún exista la
<amenaza> y el <peligro> -sobre todo en los jóvenes- de requerir
gozosos, ya no la perspectiva clasista y sociológica, sino la mirada teológica,
sub specie aeternitatis. En síntesis:
que todavía sobreviva, a pesar de largas décadas de lavado de cerebro
posconciliar, la conducta de aquellos que valoran y cuidan la liturgia, ya no
como adorno decorativo sino como la irrupción del Cielo en la tierra.
“Desconocer la liturgia celeste –llegó a escribir Jean
Cordon- implica rechazar la tensión esjatológica de la Iglesia, instándola en
este mundo (secularismo) o evadiéndose de él (pietismo)[...]. Desconocer la
liturgia celeste es en el fondo olvidar que la plenitud de los tiempos invade
sin cesar nuestro viejo tiempo para hacer <los últimos tiempos>. Es
retroceder a antes de la Resurrección y recaer en una fe vacía”. He aquí la
enemiga de Bergoglio: la liturgia que pueda
y deba hacer de puente entre los hombres y Dios, entre lo terreno y lo
celeste, entre el tiempo presente y el parusíaco. Ese vivir litúrgicamente,
dirá Guardini, que movido por la Gracia y orientado por la Iglesia “es
convertirse en una obra viva de arte, que se realiza delante de Dios Creador,
sin otro fin que el de ser y vivir en su presencia”.
Quien tenga dudas de esta hipótesis que esbozamos, piense un
momento en cuáles son las celebraciones y los celebrantes que resultan de la
predilección de Bergoglio. Las “misas villeras” perpetradas por el curerío
montonero, los candombes del Padre Pepe, los circos afrentosos de Monseñor
Oscar Miñarro, “celebrando” en una playa panameña de modo cuasi obsceno, los
aquelarres domingueros en multitud de parroquias periféricas o centrales, o el espectáculo
ramplón montando por él mismo, cuando de visita por Brasil, verbigracia, colocó
una pelota multicolor a la vera del sagrario del ara en que se suponía estaba
consagrando. Es que el clasismo, enseñaba Genta, aborrece la jerarquía, el
señorío o el rango, tanto como se gloría
en las masas, las multitudes y las muchedumbres.
Pongamos un ejemplo que no debe olvidarse. El 20 de octubre
de 2018, en la Basílica de Luján, tuvo lugar un acto blasfemo encabezado por el
entonces obispo de la diócesis, Monseñor Radrizzani, secundado por algunos
otros clérigos y con la anuencia, el saludo y el beneplácito particular de
Bergoglio. Se trató de una “misa”
político sindical para apoyar masivamente al delincuente peronista Pablo Moyano
y evitar su pedido de captura y de encarcelamiento. Al terminar la agraviante
parodia, el que fungía de obispo, sustituyó el “Ite missa est”, o su versión
castellana habitual, por un lunfardismo irreverente: “¡Terminó. Rajen!”. El
hecho produjo gran indignacion social y voces de distintas procedencias dejaron
oír su repudio. El que calló a sabiendas fue Bergoglio.
No fue la única “misa” lujanera convertida en candombe
político, en vulgar carnestolenda y en acto profanatorio. Macri y Fernández –simétricamente
estultos y depravados- tuvieron la suya, el 8 de diciembre de 2019, denominada
“misa por la unidad y la paz”. El sacrilegio quedó consumado delante de todo el
país y con el respaldo de la Conferencia Episcopal en pleno. Bergoglio, claro,
de parabienes. Tan conforme como cuando Marcelito Sánchez Sorondo les ofició
misa privada en el mismísimo Vaticano a Alberto Fernández y su actual
barragana, dándoles a ambos la Comunión. Sucedió el 31 de enero de 2020. Un
sacrilegio del que algún día deberán rendir cuenta.
No quisiéramos ser malinterpretados. Por supuesto que Traditionis Custodes es un ataque a la
liturgia tradicional y perenne de la Iglesia, y que la prioridad es defender la
Verdad en ese ámbito. Por supuesto asimismo que, creemos por enésima vez, que
detrás de toda cuestión política hay una cuestión teológica. Lo que tratamos de
decir es que Bergoglio no encara esta batalla por el celo teológico,
eclesiológico o litúrgico. La encara como una fase más de la lucha de clases. He
aquí la tragedia, el drama, la conmoción fatal: quien ocupa el solio de Pedro
es un agente de la insurrección clasista, variable clave en la Revolución
Mundial Anticristiana.
Una tarde de primavera de 1992, Bergoglio me invitó a
visitarlo en la sede de la Vicaría de Flores, de la que entonces estaba a
cargo. Creo recordar que el primer tema de conversación que sacó fue sobre el
Opus Dei. Me preguntó concretamente si era cierto que yo estaba esbozando un
artículo crítico contra la Obra, y
cuáles eran para mí las principales razones de ese rechazo, por el que se
mostraba interesado. Traté de ser veraz y profundo en mi síntesis, y le dije
–palabra más o menos- que, en mi opinión, lo malo del Opus Dei de Escribá era
que constituía la negación más palmaria del Opus Dei de San Benito. Esto es, que
sustituía el culmen de la Devoción Tradicional por los descalabros de la
Devotio Moderna, matriz desde la cual se engendraban otros tantos errores
modernistas en variados y fundamentales ámbitos.
Me miró sin asentir ni negar, pero agregó esta observación:
“Sí; pero no se olvide de todo ese tema del elitismo político”. Lo que
traducido al lenguaje ideológico argentino y porteño significa: “Mire que son
gorilas”. Esto es, antiperonistas. No fuera cosa que a mí se me diera por la
prevalencia de la teología sobre la sociología.
Cuando salí de la Vicaría, sobre la calle Condarco, di la vuelta sobre la Avenida Avellaneda. Allí estaba –está aún- la parroquia Regina Apostolorum. Recé ante su imagen regia, y supliqué, precisamente ante Ella, que nos concediera la gracia de tener buenos pastores. Treinta años después, y a la vista de los funestísimos hechos que hoy demuelen a Roma, llevándola a los lindes mismos de la apostasía, impetro la misma súplica a la Reina de los Apóstoles.
[1] El reportaje original es de Nicolás Iglesias Schneider, y apareció en <Brecha>, en el numero de diciembre del 2019. Pero fue reproducido el 9 de enero de 2020 por <Los dioses locos>. Cfr. http://dioseslocos.org/una-entrevista-con-la-teologa-emilce-cuda-una-dialogo-entre-el-peronismo-el-populismo-y-el-catolicismo/
[2]Me he ocupado largamente de analizar todo este fenómeno en mi libro “De Perón a Bergoglio. El <catolicismo>
excomulgable>”, Buenos Aires, Bellavista Ediciones, 2019.