Por JORGE LÓPEZ
Últimamente
se ha puesto de moda hablar de “ingeniería social”, pero esto no es una
novedad, sino algo que viene sucediendo desde hace mucho tiempo.
¿Cómo pasó que un padre de familia de clase media baja hasta mediados del siglo XX pudiera mantener, criar y educar 5 o 6 hijos y lograr un techo él solo con su trabajo de obrero, y hoy un matrimonio con un hijo necesita que ambos trabajen para poder comer, y no pueden comprar su casa?
Esto
fue un proceso de ingeniería social por el cual se logró que un trabajador, digamos, hasta la década de
los 80 podía con esfuerzo mantener a su esposa, una numerosa prole y
además ser propietario de su techo, y en
el presente no pueda hacerlo ni siquiera cuando ambos esposos trabajan largas
jornadas, incluso asumiendo deudas a décadas con intereses usurarios. El daño a
la familia con la mujer fuera del hogar fue catastrófico, implicó el
debilitamiento de los lazos afectivos del núcleo básico, especialmente con los
hijos que perdieron la principal orientación para la vida. Con esto comienza el
desmoronamiento de todo el entramado social, porque la familia es la unidad
básica en la que se sustenta la sociedad. Luego, el desarraigo por la carencia
de propiedad, no poseer un lugar en el mundo, peregrinar errante por los
barrios sin lograr tampoco el vínculo con la tierra, contribuye directamente a
la falta de esperanza, al sentimiento de inmediatez y de transitoriedad de
todas las cosas. Si a eso le agregamos la pérdida de la Fe, tendremos una
sociedad de borregos carentes de voluntad y potenciales suicidas, es un estado
completo de alienación.
Las
personas viven sin sentido de la trascendencia, todo es efímero, no existe nada
permanente, los vínculos afectivos tampoco lo son. ¿Acaso no veis como los
matrimonios duran un promedio de 2 años? Cuando se pierde la noción y la
creencia en lo Trascendente, en lo Eterno, en la otra vida, todo es hoy y
ahora, la gente vive vidas superficiales, hedonistas y egoístas, se cambia de
amigos, de familia, de de cónyuge como de ropa interior; nada más común que oír
en el presente la patética máxima de los sin Dios: “viví, aprovechá que la vida
es corta”. Triste elección, que deja un enorme vacío, la carencia de una vida
espiritual, que trasunta en la terrible desesperación en las horas finales por
el miedo a la nada, al vacío, a desaparecer.