Por BRUNO ACOSTA
La ciudad balneario Punta del Este fue descubierta por el navegante español Juan Díaz de Solís el 2 de febrero de 1516, en el marco de las expediciones de conquista que realizaba el Imperio Español. La bautizó “Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria” en virtud de que, ese mismo día 2 de febrero, se celebra el día de la “Virgen de la Candelaria”. Es por ello que la Iglesia principal de la ciudad, ubicada en la península –que es la parte primigenia del balneario- lleva por nombre “Parroquia de la Candelaria”, y, dentro de ésta, se venera una imagen de esa advocación.
El paso de los años laicizó definitivamente el nombre de la población, que terminó por llamarse “Punta del Este”. De pueblo pesquero, desarrollado principalmente en la península –la cual sigue conservando, no obstante el desarrollo inmobiliario, un aire a “pueblito pescador”- pasó a ser uno de los balnearios más importantes de Hispanoamérica, y comenzó a extenderse al este y al oeste, a través de las playas “brava” y “mansa”, respectivamente.
Justamente, fue en
la playa “brava” donde, en la década del cuarenta del pasado siglo, una serie
de inversores y un arquitecto, decidieron trazar y desarrollar un barrio de
lujo. “El empresario uruguayo Pascual
Gattás –escribe Diego Fischer para el diario “El País”- y el argentino Óscar Cadermatori se
asociaron para llevar adelante una nueva urbanización lindera al naciente barrio
San Rafael que, con gran suceso, había trazado por entonces el también hombre de
negocios Laureano Alonsopérez. A Gattás y Cadermatori se sumaron el escribano
Marta y el doctor Pedro Berro. Todos coincidieron que para realizar el
ambicioso proyecto, el hombre indicado era el arquitecto Arturo Dubourg […]”. Así
nació el barrio “Golf” o “Parque del Golf”.
El arquitecto
Guillermo Rodríguez Reborati, figura central de ese emprendimiento, a quien
Dubourg designó “arquitecto residente”, relata así los primeros pasos: “Cuando llegamos, había una gran extensión
de campo arenoso, unas pocas calles, muy pocos árboles y muy bajos, y nada más.
No había ninguna casa […] Esto era el ‘far west’. Todo aquí era tan solitario
que me obligó a andar armado.” Lo primero que tuvo que hacerse, según él
mismo relata, fue la icónica “Torre de Agua” del “Hotel L’Auberge”, para
garantizar el servicio de agua corriente al nuevo barrio. Los trabajos
empezaron en abril de 1947.
Dubourg resolvió de manera verdaderamente genial la construcción de la torre, satisfaciendo una necesidad utilitaria de manera estéticamente bella. La misma, enmarcada en el “Hotel L’Auberge” de estilo normando –típico de Dubourg y del “Golf”, como se verá- tiene una impronta medieval, románica: sobria, con presencia, que da una identidad muy marcada al barrio, que gira en torno suyo.
“En 1948 quedó inaugurado L’ Auberge y para 1950 ya estaban prontas las quince residencias de grandes dimensiones de los alrededores de la torre de agua. El barrio había quedado pronto tal cual lo imaginaron sus impulsores. El estilo de Dubourg había marcado para siempre la zona”, sigue relatando Fisher. Y así lo recuerda el arquitecto Rodríguez Reborati:
“Se construyeron varias casas. Por
ejemplo: chalet “Frente al Mar”, de Oscar Cadematori; chalet “Aldebarán”, de
Pascual Gatás; chalet “El Recuerdo”, de un inglés con quien simpatizábamos
mucho, Mr. Brougham; chalet “Abahé”, llamado más tarde “Daffodils”, que fue el
primero que se hizo el arquitecto Dubourg; chalet “Chumbito”, de la familia
Fiorito; chalet “Bagatelle”, del señor Rompani. Todos ellos se construyeron en
forma casi paralela con la Torre y Confitería L’Auberge, según proyecto del
Arquitecto Dubourg y bajo mi dirección personal. Eran casas excelentes, muy
bien construidas, y emplazadas a razón de una por manzana, para lograr el
barrio más elegante del balneario”.
“Llegamos a tener –sigue Rodríguez Reborati- doscientos obreros, con los que íbamos construyendo paralelamente L’Auberge
y los chalets. Los obreros eran algunos especializados traídos de Montevideo,
muchos recién llegados de orígenes como Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumania,
etc., y que ya sabían el oficio. Otros eran de la zona del este, Lavalleja,
Maldonado, Rocha, que no sabían de construcción pero que eran muy voluntariosos
y aprendían rápido y bien.” Y, más adelante, cuanta una anécdota muy
interesante: “La construcción de la torre
presentó el problema de la altura. A medida que la obra subía, eran menos los
que se animaban a trabajar arriba. Al final eran solo ocho o diez los que llegaban
al tope de la torre para terminar la obra. Y esos eran los uruguayos del este,
peones guapísimos a los que teníamos que obligar a usar cinturones de seguridad”.
La riqueza patrimonial y atmosférica del barrio “Golf”
Los chalets construidos por Dubourg, como se dijo, paisajísticamente
giran en torno al “Hotel L’Auberge” y su torre de agua, que es la construcción
prominente, más alta del barrio. Y la acompañan perfectamente, puesto que
pertenecen al mismo estilo arquitectónico medieval, normando, sobrio y bello. Los
quince chalets de la primera etapa tienen amplias galerías, donde abundan la
piedra y la madera. Están todos cubiertos por techos de tejas francesas, con pronunciado declive -típicamente normandos, ideales para el escurrimiento de la nieve- y sus
jardines son muy amplios y componen –como escribe Fischer- una postal de
extraordinaria belleza y elegancia.
Como en nota con “El Observador” explica el arquitecto William Rey
Ashfield, Director General de la Comisión de Patrimonio Nacional, “el Golf fue inicialmente el resultado de un
proyecto muy unitario donde el hotel L’Auberge y su torre de agua aportaban un
signo de identidad para ese barrio que había sido prácticamente proyectado por
Arturo Dubourg, un muy buen arquitecto argentino. Sus casas sobre todo, sus
viviendas individuales, dan una enorme caracterización al lugar, asociada a los
grandes jardines, a los grandes espacios que acompañan esas arquitecturas”.
“A 200 metros del Hotel L’Auberge
–retrata Infobae-, en
el barrio Golf, la escena pareciera trasladarse en el tiempo. Del ruido y
bullicio de la activa ciudad la realidad se torna diferente cuando los árboles
cubren los chalets que permiten el viaje a cualquier campiña europea”. Y ese
patrimonio, no sólo arquitectónico, sino paisajístico y -si se nos permite- atmosférico, debe ser defendido
y conservado.
La amenaza al patrimonio fruto
de la ambición inmobiliaria
Hablando en términos generales, el arquitecto William Rey Ashfield
enseña que “Punta del Este es uno de
nuestros espacios con mayor valor paisajístico, turístico y en alguna medida
también patrimonial, porque tiene un carácter y una identidad. Tiene un
conjunto de componentes que lo hacen diferente”.
No obstante, en los últimos años se han derribado emblemáticas
construcciones de mucho valor patrimonial, para ser reemplazadas por adefesios
de cemento. Concretamente, en el barrio “Golf”, en 2019, fueron demolidos los
chalets “Malú” –diseñado por Dubourg- y “Loma Verde”. Y ahora será el turno de
“Aldebarán”, también obra de Dubourg. Para Rey Ashfield a éste “posiblemente le sigan otras viviendas de enorme valor, como el chalet ‘Grey Rock’, que espero
se mantenga pero que está en un área de peligro, de riesgo”. “Grey Rock” fue propiedad del propio arquitecto
Dubourg, pero rápidamente la vendió fruto del gran interés que suscitó; lo
mismo ocurrió con “Daffodils”. Luego de estas dos experiencias, Dubourg no se
hizo ninguna casa más en Punta del Este y pasaba sus veranos en el hotel “Hotel
L’Auberge”.
Para Rey Ashfield –y nosotros suscribimos- “es necesario tener un plan que
involucre una valoración patrimonial. Hay áreas muy sensibles, muy valiosas, en las que no se puede seguir
haciendo cualquier cosa. Uno de esos lugares es el área de ‘el Golf’ […]
Corremos el riesgo de que todo se transforme en una masa homogénea,
indiferente, sin identidad […] Empieza a hacerse una masa indiscriminada de
edificios en altura y eso en lugar de afirmar los valores de un sitio tiende a
degradarlos. El turismo se va y queda una infraestructura que no se usa, y lo
único que se expone es un paisaje degradado”.
Palabras finales
La obra condensada en el barrio “Golf”, en Punta del Este, legado del
arquitecto argentino Arturo Dubourg, es de extraordinaria belleza. La románica
torre de agua, sus chalets de estilo normando, sus jardines arbolados, sus calles
apacibles con aire y olor a mar, dan al visitante una sensación muy gratificante.
Atmosférica y arquitectónicamente,
pues, es un sitio de altísimo valor patrimonial
que, como manifestación de la Belleza, debe guardarse.