Por MANUEL TORRES H.
A mi parecer, no hay persona en nuestra historia que pueda ostentar el privilegio de ser reconocido como el primero entre los suyos, porque siendo los suyos igual de grandiosos, comparten los unos y los otros la naturaleza de sus hazañas de inconmensurable valor, todas estas motivadas por la sangre que se remonta a épocas gloriosas, y la fe absoluta en Dios, Trino y Uno.
Por otro lado, el propósito de todo esfuerzo de este lado de la trinchera es recordar lo que somos: a quién debemos lealtad y entrega. Es una obligación que nos honra.
Juan
Antonio Artigas es a quien recordaremos en esta ocasión.Un motivo suficiente
para iniciar con este oriundo de Puebla de Albortón (Zaragoza, Aragón) es la
participación que tuvo en el proceso fundacional de Montevideo. Sin embargo, el
hecho de que su nieto ocupe un lugar en el ideario nacional-republicano del
territorio que actualmente conforma a la República Oriental del Uruguay,
adiciona un elemento atractivo que sirve bien como complemento al momento de
exponer brevemente sobre Don Juan Antonio Artigas y el papel que representó en
su época.
Se trató de un individuo respetable, cuyos actos sirvieron para dar vida a la institucionalidad y la política en la naciente ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. Su actividad en el ámbito público, así como la de sus coetáneos formaron los cimientos sobre los que se levantó esta comunidad.
Proveniente
de una familia con viñas, olivares y tierras destinadas al
cultivo de cereales, su vida en la península ibérica bien pudo haber sido la de
un hombre dedicado a la administración y a las labores del campo. En el año
1709 inició su vida militar en el regimiento de caballería del Rosellón nuevo
demostrando su lealtad a la corona y afrontando diversas dificultades en la
guerra por la sucesión. Aquel aragonés tuvo que hacer frente como
soldado a los acontecimientos que hicieron retumbar al imperio de la Monarquía
Hispánica en los muy complejos y trágicos días de la guerra por la sucesión al
trono entre un heredero francés y otro de la hasta entonces reinante dinastía
Habsburgo.
Un cambio en la vida de Juan Antonio Artigas resultó determinante para
nuestra historia, puesto que este joven soldado dejaría su tierra natal para ir
a territorios más lejanos, aunque no por eso, menos españoles. En abril de 1717
es destinado a la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto
de Santa María de Buenos Aires y se embarca con otros 96 soldados, siendo
además agregado en una compañía de caballería en esta ciudad, misma a la que él
se refiere en su testamento como "la Compañía de Dragones" bajo el
mando del Gobernador. Es en este lado del atlántico donde contrae matrimonio,
además de adquirir el estatus de vecino.
Compañía de Dragones, 1811. Pintura de Ferrer Dalmau. Referencia aproximativa.
Los tiempos de grandeza aún no se
terminaban. Fue ésta la época en que Don Bruno Mauricio de Zabala, Teniente
General de los Reales Ejércitos de S. M., Caballero de la Orden de Calatrava,
Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, acciona
contra los portugueses al norte del Río de la Plata. Para el año 1724 se inicia
la expedición en el puerto de Montevideo, y Juan Antonio siendo partícipe de la
misma toma la decisión de establecerse en este lugar junto a su familia
ganándose un puesto entre los primeros pobladores. Es menester recordar lo
siguiente: la hispanización en las Indias Occidentales proyectó las
instituciones que organizaban a los reinos de la península ibérica en los
nuevos territorios descubiertos. Se instaló toda una estructura jurídica y
política en la América Española a semejanza de la que se encontraba en el viejo
continente. Algo que comenzó en Castilla, podía encontrarse en cualquier otro
lugar del reino, en este caso, en Montevideo.
Don Juan es, en lo sucesivo, un elemento activo en los movimientos de la
monarquía en el este del río Uruguay. Involucrado en la república, es nombrado
en 1730 alcalde de Santa Hermandad, en el primer cabildo, el órgano de gobierno
de la ciudad
de San Felipe y Santiago de Montevideo. Su competencia
es la administración de justicia en el campo, ahí donde las autoridades de la
ciudad no tenían alcance. Resulta interesante cómo la administración
diversifica razonablemente su estructura y jerarquía. La Santa Hermandad,
aunque aprobada y bien empleada por los Reyes Católicos desde 1476, fue
resultado de un proceso que tomaría brevemente un espacio en las políticas de
seguridad de su predecesor en Castilla y León, Enrique IV, aunque el proyecto
no tardaría en desaparecer en medio de conflictos entre la nobleza. En
consecuencia, es a Isabel I de Castilla y Fernando V, por las decisiones
tomadas en beneficio del orden y la justicia, a quienes se les adjudica tan
eficaz política de mantenimiento del orden en los reinos. Fue esta una
respuesta más que suficiente ante los ladrones y asaltantes de caminos.
Atendiendo a las funciones que habría determinado Don Bruno Mauricio de Zabala respecto a dicho cargo público, el abuelo de José Gervasio Artigas, como alcalde de Santa Hermandad debía ocuparse de "…conocer contra los ladrones, facinerosos y matadores y robadores de mujeres de cualquier estado y calidad que sean y contra los vagabundos y los incendiarios que pegan fuego en el campo en tiempo prohibido de cosechas" declarando después "… los hurtos son cosa de la Santa Hermandad y su jurisdicción"
El mismo año de 1730, el gobernador de las Provincias del Río de la Plata, de nuevo, Don Bruno Mauricio de Zabala, le nombra capitán de la Compañía de Caballos Corazas Españolas.
Coracero Español
de 1811. Pintura de Ferrer Dalmau. Referencia aproximativa.
En 1732 y otra vez en 1733 es nombrado Alférez Real. No es éste un cargo que pueda ser ostentado por cualquier vecino. Dicho honor conllevaba una responsabilidad en el ideario colectivo y en el orden monárquico. Quien ejerciera este cargo tenía el privilegio de portar el estandarte real, lo que es a los ojos de la comunidad, la representación del mismísimo rey entre los suyos. Aunque dicho cargo para la época no acarreaba el ejercicio de alguna autoridad política entre los suyos, sino el honor de llevar las insignias reales del Rey, lo cual era un prestigio de un valor incalculable en la sociedad de la naciente ciudad. El cargo implicaba costear por su cuenta las celebraciones de toda índole, por lo que el vecino elegido debía ser lo suficientemente adinerado para ejercerlo.
En 1735, 1742 y 1743 fue nombrado alcalde Provincial. Es decir, respondía
directamente al Gobernador.
Y por último, para el año de 1747 se tiene registro del interés y de la
solicitud de Don Juan Antonio Artigas para pertenecer a la "Venerable
Orden Tercera de Penitencia de Nuestro Seráfico Padre San Francisco".
La fe estaba presente, y puede comprobarse tanto en lo anteriormente mencionado
como en su testamento, en el cual pidió a su esposa e hijo ser enterrado con el
hábito del santo de Asís.
En rasgos generales, estamos ante un hombre que afronta a plenitud el
tiempo que le tocó vivir. Fue hijo, soldado, esposo, padre, primer poblador de
un nuevo territorio, funcionario y servidor de su comunidad, y profundamente
entregado a Dios. Son las características del hombre hispano, que echa raíces y
trasciende su propia vida en favor de los suyos y de sus herederos.
Este breve recorrido por la vida de nuestro protagonista, permite
reflexionar sobre lo que hoy somos como sociedad. Toda una comunidad hispana
que se extiende desde el norte del continente hasta el sur, sin arraigo, y cuyo
eje ya no está compuesto por la patria y la familia, sino por un desinterés
general hacia su cultura y una exaltación por lo que otros mercados pueden
ofrecernos.
Estos son otros tiempos, sí. Los cambios que condicionaron al continente
son imposibles de revertir. Pero debe imponerse lo más pronto una cláusula
pétrea que enmarque el modo de hacer política y de establecer relaciones con el
resto del mundo, la misma debe exponer la preservación y defensa de principios
irrenunciables, como el reconocimiento de nuestra cultura, nuestra lengua, y
los valores comunes que Hispanoamérica comparte en cada ciudad de este
continente.
Lamentablemente las élites gobernantes caminan por senderos que excluyen la
esencia de nuestra civilización. Por esto y por más, miremos nuestra historia
para encontrar a nuestros ancestros, sus luchas y principios, su integridad y
su fe, para comprender que el humano, el hispano, presenta dimensiones que
escapan a lo material, a lo placentero, para encumbrarse al establecimiento de
una comunidad firme y próspera. Es posible, porque prueba tenemos de ello.
Es una obligación reivindicar nuestro pasado, nuestros signos, nuestras
tragedias.
Gloria eterna a nuestros predecesores.