Por BRUNO ACOSTA
Hace más de cien
años, a principios de siglo XX, Julio Herrera y Reisig, polémico escritor
oriental, escribió su “Tratado de la Imbecilidad
del País”. El
malhadado –padecía una enfermedad que lo volvió adicto a la morfina y falleció
muy joven- se abocó, pues, sacrificadamente, a describir el imbécil panorama
que lo rodeaba de gente imbécil.
Ahora bien: creemos que Julio Herrera se quedó corto. Y, un siglo después, podemos decir, a la luz de la plandemia, que la imbecilidad no es rasgo excluyente de los uruguayos –aunque ésta y la chatura los caracteriza con propiedad- sino carácter del mundo entero. Porque estar hace ya más de dos años sumidos en una mentira tan ciclópea, montada sobre bases tan endebles, y sin hacer un amague de quicio, es propio de una galopante imbecilidad.
Vayamos
a un ejemplo: el test PCR, en el que se fundamenta, en buena parte, la plandemia. Lo dijo su propio creador, Kary
Mullis, antes de (¿casualmente?) morir: NO SIRVE COMO DIAGNÓSTICO. ¿Por qué,
entonces, seguirse diagnosticando zoológicamente con un test que NO SIRVE COMO
DIAGNÓSTICO? No hay otra respuesta: la gente padece de una ingénita y crónica
imbecilidad.
Vayamos
a otro ejemplo: el uso del bozal. ¿Por qué utilizarlo cuando la propia OMS, en
marzo de 2020, desaconsejó su uso e informó que hasta podía ser
contraproducente? Es que la gente –como hemos dicho en reiteradas ocasiones- es
incapaz de pensar por sí misma; es incapaz siquiera de razonar: es imbécil.
Muchas
otras cosas podrían mentarse. Por ejemplo, los experimentos génicos, llamados bellacamente
“vacunas”. ¿Por qué inyectarse si las propias autoridades confiesan en informes
oficiales que NO SIRVEN PARA NADA y que son POTENCIALMENTE DAÑINAS,
desconociéndose sus efectos a mediano y largo plazo? Pues, “porque me lo dice
la TV”. De esa cavernaria manera “piensa” la gente.
La
imbecilidad patentada durante la plandemia
daría, sin duda, para varios tratados. Otro tema sería la cobardía y
complicidad de muchos que se dicen católicos; pero es harina de otro costal.
Nosotros, por ahora, secundamos al bueno de Herrera y confirmamos que su intuición
sigue vigente en el crepuscular mundo de hoy.